La mayor debilidad del independentismo

Concentración en la plaza de Catalunya.

Concentración en la plaza de Catalunya. / periodico

José A. Sorolla

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Dice Josep Borrell que con un argumento difícil de batir y de debatir (el derecho a decidir) se ha creado un estado de opinión difícil de desmontar. Tan difícil de desmontar que han trascurrido más de cinco años desde que el 'procés' se puso en marcha y nos encontramos ahora en lo que los que minimizaron el problema desde el principio auguran como el final.

El 'president' Carles Puigdemont debe responder este lunes al requerimiento enviado por el Gobierno del PP mediante el que Mariano Rajoy pasó, con una maniobra inteligente y una pregunta gallega (diga si ha declarado o no la independencia), la pelota al campo de la Generalitat. Es muy posible que Puigdemont responda con ambigüedad y también que Rajoy no acepte una respuesta no inequívoca, y, por lo tanto, active el mecanismo para aplicar el artículo 155 de la Constitución y Catalunya pierda buena parte del autogobierno de que goza desde hace casi 40 años.

Pero, ocurra lo que ocurra, no será la batalla final porque, al contrario, la aplicación del 155 puede desencadenar reacciones imprevisibles dentro de la cadena acción-reacción-acción que los mentores del 'procés' estimulan. Uno de esos mentores, Artur Mas, después de pasarse el último año agitando desde la sombra las medidas más radicales, parece que ahora ha cambiado su oficio de pirómano por el de bombero y aconseja a su sucesor en público y en privado que no queme las naves con la declaración unilateral de independencia efectiva.

El nuevo papel de Mas refuerza la tesis de quienes sostenían que la estrategia de algunos dirigentes del 'procesismo' consistía en provocar cuanto más mejor para incitar una reacción autoritaria del Estado que empañara su imagen democrática y negociar en ese momento. Mas tiene razón cuando afirma ahora que la independencia real no es posible sin reconocimiento y apoyo internacionales, pero eso ya lo sabía cuando alentaba el radicalismo, por lo que su estrategia mentirosa ha quedado al descubierto.

Con una mayoría social amplia y sostenida en las urnas, la independencia de Catalunya seguiría siendo difícil por las circunstancias económicas

El reconocimiento internacional es una de las grandes debilidades del proceso hacia la independencia, pero aún hay otra mayor, que ni todos los politólogos catalanes de Princeton y Columbia juntos son capaces de ocultar por mucho que escriban artículos kilométricos en los que aseguran que la represión policial refuerza la legitimidad del referéndum del 1-O, cuya ilegalidad y desarrollo fraudulento, por supuesto, no admiten.

Esta debilidad es la falta de mayoría social para declarar la independencia. No la hubo ni el 9-N del 2014 ni el 27-S del 2015 ni el 1-O del 2017, ni, por tanto, tampoco el mandato democrático que Oriol Junqueras tanto alega. Con una mayoría social amplia y sostenida en las urnas, la independencia de Catalunya seguiría siendo difícil por las circunstancias económicas (la huida de empresas es una variable trascendental con la que el secesionismo no contaba) y por la situación internacional (fragmentar un país miembro de la UE es por ahora inconcebible, como ha recordado Jean-Claude Juncker), pero en ese caso, solo en ese caso, el conflicto podría ser ingobernable.