ANÁLISIS

La gran bajamar de la democracia

El huracán que ha pasado por Catalunya deja al descubierto lo peor de nosotros, nada de que presumir y mucho que lamentar

JAVIER AROCA

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Hace unas semanas, tras un gran huracán en el Caribe, el mar se retiró en una playa de las Bahamas –la española Bajamar– hasta donde nunca lo había hecho, dejando una visión antes imposible. De pronto surgieron a la vista viejas  anclas, restos de navíos, rocas, una motocicleta... Aquella playa paradisíaca, tantas veces retratada, escondía bajo sus aguas una suciedad inesperada. El  agua volverá, pero qué gran oportunidad para retirar los escombros.

Ya ha pasado el huracán por Catalunya y ha dejado al descubierto lo peor de nosotros, apenas nada positivo destacable, nada de lo que presumir y mucho que lamentar. 

El asunto tendría  fácil solución. Bastaría con contestar que nadie declaró la independencia de Catalunya. Y aceptarlo, claro

Ni diálogo ni mediación

El presidente Rajoy, un ropero político, es decir, sin cintura, se ha erigido aun así como el más moderado de su especie, dejando a su derecha a una muy buena parte de su partido, pero también a Ciudadanos y una considerable parte de la dirigencia socialista. Los halcones querían más y antes, pero Rajoy resiste a los más extremistas de sus extremos.

No va a haber diálogo, no habrá mediación, nada parecido a casos semejantes en universos democráticos homologables. Es imposible, no es nuestra cultura, no tenemos esa educación, no tenemos aquellos políticos, ni sus pueblos, ni, por descontado, medios de comunicación comparables.

Rajoy ha detonado el artículo 155 de la Constituciónel artículo 155 de la Constitución, aunque aún no sabemos el alcance de la explosión, ni siquiera si llegará a explotar. Al menos, ha iniciado el procedimiento requiriendo al 'president' de la Generalitat. No soy partidario de su uso, pero reconozco que es la respuesta menor, más garantista, ante las presiones de sus extremos, entusiastas de medidas más demoledoras, como el artículo 116 de la Constitución u otras de facto. Unos enardecidos patriotas del aparecido nacionalismo español, desfilando con cabra incluidanacionalismo español, lo considerarán ya para siempre un blando. 

El asunto tendría fácil solución si hubiera luz en las cabinas de mando, pero lo dudo. Bastaría con contestar que nadie declaró, como honestamente creo, la independencia de Catalunyaindependencia en aquel pasillo de comedia en el que convirtieron la sede de la soberanía catalana. Y aceptarlo, claro. La contestación podría ser también convocar elecciones, pero se ha adelantado Junqueras afirmando su imposibilidadJunqueras

Con Rajoy y sin Puigdemont

Llegados aquí, cabría pensar en el futuro, me temo que con Rajoy, me temo que sin Puigdemont. Me temo que con los mismos que han incendiado todo esto. Sánchez tenía que vestirse de limpio, con algún triunfo, antes de apoyar el 155: la reforma de la Constituciónreforma de la Constitución. Tras años y años negando su reforma, cegando caminos para ello y la utilidad de tal iniciativa regeneradora, procede que nos diga Rajoy alguna vez qué pretende reformar, como él nos lo exigía a los que lo llevamos pidiendo hace tanto. 

A Sánchez conviene preguntarle también si sabe algo, si en su partido tienen algo claro, si sus baronías están de acuerdo, si sus mayores también, es decir, si manda algo.

Y los dos, la pequeña coalición, conviene que aclaren cuánto de Catalunya y de su voluntad democrática piensan salvar de esta pleamar exuberante de ideas mohosas.