El reto soberanista

Horas críticas para Catalunya

Puigdemont no debe leer las quejas europeas por la violencia como cheques en blanco a una declaración unilateral de independencia. Se equivocaría

Concentración en la plaza de Catalunya.

Concentración en la plaza de Catalunya. / periodico

ANDREU CLARET

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Para España, ha sido un día negro. Para Catalunya, son horas críticas. Así es como veo las cosas después de la vergonzosa jornada del domingo y del estropicio de las últimas semanas. Hasta ayer no escribí nada sobre el 'procés', a consciencia. No quise avalar lo que estaba por venir. No quise dar argumentos a Rajoy criticando Puigdemont. Y tampoco hablé de los agravios sufridos por Catalunya durante los últimos años, para no legitimar la actuación de las instituciones catalanas durante los últimos meses, que no comparto. No fue fácil porque este es mi oficio, y porque soy de los que han ido a la cárcel para defender las libertades de Catalunya, pero pensé que no eran tiempos para la lírica, sino para la trinchera. Y sé, por experiencia, que en las barricadas sobran las palabras y faltan brazos.

Ya no es posible callar. Rajoy cree que ha ganado en España, en campo propio. Está por ver. En todo caso, ha perdido en Catalunya, donde nunca ha pretendido jugar la partida. Puede anotar un 'uno' en la casilla, pero debería tener en cuenta que algunos resultados provocan tal humillación en el adversario que el partido de vuelta se anuncia como una pesadilla. Y siempre hay un partido de vuelta. Mañana, o dentro de diez años. El coste de dejarlo todo en manos de justicia y policías será muy alto. El día antes del referéndum, el Consejo Europeo, el 'Financial Times', 'Le Monde' y 'The Economist' se mostraron críticos con Puigdemont. Hoy las críticas también apuntan a Madrid y la presión para el diálogo con Catalunya se hace insostenible. Por mucho que haya impedido un referéndum homologable, a Rajoy le toca administrar un fracaso.

El perímetro del independentismo

Con la idea de que esto iba de democracia, y con la inestimable ayuda del PP, Puigdemont ha ensanchado el perímetro del independentismo hasta territorios insospechados. Ha ganado en Catalunya, aun a costa de dividir la sociedad. Ha conseguido hacer olvidar las aciagas jornadas parlamentarias en las que dio luz verde a la vía unilateral y a leyes de excepción que tantas alarmas levantaron. Él también ha renunciado a jugar en campo ajeno, aunque ha sabido guiñar el ojo a una parte de la izquierda española con la idea de que puede acabar con Rajoy. Ha colocado las aspiraciones históricas catalanas en la agenda global. Ha librado con éxito una batalla importante, pero aún puede perder la  guerra.

España pasa por momentos muy azarosos. Lo sucedido el domingo ha puesto de manifiesto la impotencia de toda actuación carente de política. Ha revelado la fuerza pero también los límites del Estado. A partir de ahora, Rajoy no podrá parapetarse detrás de jueces y policías. Tendrá que bajar al ruedo de la negociación, en las peores condiciones. Cuando ya no valen propuestas que ayer podían ser útiles y que hoy resultarían irrisorias. Tendrá que vérselas con la Generalitat. De tú a tú. Y no le queda mucho tiempo. Hasta ayer, era visto por muchos como una garantía de la unidad de España. Puede que empiece a ser percibido como un obstáculo. Incluso entre los suyos. 

Víctima del éxito

Catalunya vive horas críticas. Los independentistas disponen de unos dos millones de votos. Son muchos, pero no más que el 9-N. Cuentan, eso sí, con una capacidad de movilización asombrosa. Tanta fuerza suele nublar la vista. Pueden ser víctimas de sus éxitos. Para Puigdemont, ha llegado la hora de la verdad. De la política. Debe administrar la victoria moral del domingo sabiendo que existe una inquietud profunda en la sociedad catalana. Y no debe leer las críticas europeas a la violencia como cheques en blanco a una declaración unilateral de independencia. Se equivocaría.

Tampoco debe confundir la derrota de Rajoy con la del Estado. Haría bien en recordar que los sueños de la razón no siempre alumbran mañanas luminosos. También pueden despertar monstruos. Aquellos que el domingo asomaron la cabeza. Para la mayoría de los catalanes que han votado 'sí', este sueño legítimo es la independencia. Pero si Puigdemont los escucha solo a ellos, Catalunya puede vivir episodios aciagos. Como otros que ha sufrido en su historia. Debe atender también a otras voces de la sociedad catalana y de su propio partido. Y debe escuchar a los líderes europeos, no solo mandarles peticiones públicas de mediación. Debe reordenar su estrategia. Siguiendo los consejos de Sun Tzu, el gran estratega chino, para quien "la suprema excelencia no consiste en librar y ganar todas las batallas, sino en romper la resistencia del enemigo sin lucha"’. Si le hace caso, puede que no gane la guerra. Pero no perderá la siguiente batalla.