EL RADAR

La foto del 1-O

Pase lo que pase el domingo, es inviable regresar al Estado de las autonomías tal y como era

Turull, Junqueras y Romeva con una de las urnas del referéndum del 1-O.

Turull, Junqueras y Romeva con una de las urnas del referéndum del 1-O. / periodico

JOAN CAÑETE BAYLE

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El 1-O es un día para una foto. La que anhelan, por ejemplo, miles de catalanes, no solo ni necesariamente independentistas. Quieren verla, en sus móviles, en las redes sociales, en las portadas de los diarios del lunes.  Y también desean protagonizarla, participar en ella: la foto de una multitud votando. Sí y no, nulo o en blanco. Porque quieren la independencia de Catalunya. Porque son y se sienten catalanistas. Porque se toman el 1-O como una movilización contra Mariano Rajoy y la España que representa. Porque la actitud de las instituciones del Estado en este camino hacia el referéndum suspendido por el Tribunal Constitucional les ha indignado y movilizado. Porque se sienten orgullosos de la capacidad de organización y movilización cívica de la ciudadanía catalana. Porque creen que esto va de democracia, y consideran que la expresión democrática por ontonomasia es votar, incluso aunque sea fuera del ordenamiento legal. Por dignidad. Por rebelión. Por desobediencia. Por hartazgo. Con el cerebro y con el estómago. Porque ya está bien, porque 'ja n'hi ha prou'.

Otros muchos catalanes no lo confiesan en voz alta, pero no le harían ascos a otra foto. La de las fuerzas de seguridad del Estado (entendidas como Policía Nacional y Guardia Civil, no tanto los Mossos d’Esquadra) cerrando por la fuerza colegios electorales. Requisando urnas. Dispersando votantes. Colas y colas de cívicos ciudadanos, papeleta en mano, ante antidisturbios embozados. Narices de payaso. Niños con ‘estelades’. Ancianos con ‘senyeres’. Claveles. Papeletas. Urnas. Y sonrisas, muchas sonrisas, como ariete contra la opresión. La primavera en otoño catalana.

CORTOPLACISMO

Hay quien no quiere ninguna foto. Ni colas, ni urnas ni votación. Sobre todo, que no haya fotos de una votación. La estrategia del Gobierno de Mariano Rajoy se ha destinado a un solo objetivo: evitar una foto, la de un referéndum el 1-O. Tierra quemada hasta hoy. Tierra quemada como punto de partida a partir de mañana. Ante todo, cortoplacismo. Y después ya se verá.

Hay otros miles de catalanes que no quieren ninguna foto. Se sienten excluidos de este referéndum, no quieren la independencia, no compran que esto vaya de democracia, sino de nacionalismos o de soberanía, ni que votar fuera del ordenamiento legal sea la máxima expresión de la democracia. No irán a votar, no se manifestarán, quién sabe si se irán de picnic (si el tiempo lo permite, porque parece que la autoridad sí lo autoriza). Son al mismo tiempo los más castigados y los más deseados por ambos bandos: son los (mal) denominados equidistantes, carne de cañón en las redes sociales y sin embargo esenciales para empezar a plantar brotes verdes en tanta tierra quemada.

Hay una foto que nadie quiere, y que sin embargo todos temen: la de la violencia, la gran línea roja, la frontera de nunca jamás.

Luego están los que no salen en la foto: el resto de españoles. Y sin embargo, suceda lo que suceda este domingo, sobre ellos recae en gran medida el peso de lo que vaya a suceder a partir de ahora. Porque regresar el 2 de octubre al estado de las autonomías es imposible incluso aunque el soberanismo no se líe la manta a la cabeza y declare la independencia. Si algo ha quedado muy claro, cristalino, es que una parte muy importante de Catalunya quiere votar; ante ello, el resto de España debe decidir: o la España recentralizada y recentralizadora del PP y de una parte del PSOE, de Susana Díaz a Alfonso Guerra, a por ellos, oé, oé; o un Estado plurinacional. Esta segunda opción en Catalunya debería ser obligatoriamente refrendada en un referéndum de verdad, con plenas garantías, donde se votara como siempre lo que nunca se ha votado y que no se va a votar el 1-O. Es decir, reconociendo la soberanía de Catalunya, que al fin y al cabo es el meollo real del pleito. La primera opción solo se impone con mano dura, represión y piolín. La segunda se pudo haber pactado hace diez años, con el Estatut, y no fue precisamente Catalunya quien la fastidió. Si ahora el resto de España elige la primera opción, no es difícil imaginar lo que sucederá en Catalunya. A partir del 2-O, España (y ahí se incluyen instituciones y también ciudadanos) no es que tenga el derecho a decidir, sino la obligación.