La encrucijada del 1-O

El peor escenario

El conflicto Catalunya-España se ha agudizado y el independentismo ha mostrado una insólita cohesión

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XAVIER BRU DE SALA

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Tanto Macià como Companys declararon la República Catalana dentro de España. El propósito explícito de Puigdemont y los convocantes del 1-O es salir de España. En vez de canalizarse o apaciguarse, el conflicto se ha agudizado, a pesar de –o gracias a– los años de autonomía y crecimiento y a pesar de la salida –relativa– de la crisis.

Después de los numerosos intentos de mejorar las condiciones de pertenencia a España, el grueso del catalanismo, aferrado sin tapujos al independentismo, ha optado por reventar el globo del autonomismo. Que nadie se llame a engaño, si se tratara de preservar la autonomía, o sus restos, no habría 1-O. El objetivo, compartido por todos los líderes del movimiento, consiste en obligar a España a dar un muy considerable salto adelante y convertirse en Estado plurinacional, con todas las consecuencias, o retornar a épocas más oscuras. Primera gran lección de los hechos de estos días: el conflicto se ha agravado. Segunda gran lección, aún más difícil de digerir: «Autonomía no, gracias; ya no, nunca más; ni escasa ni abundante». La apuesta del catalanismo ha subido al máximo. Tal vez de manera prematura, pero no improvisada ni sin un apoyo social formidable.

Las fichas respectivas están encima de la mesa y ya no se pueden cambiar

Al otro lado del conflicto, como no podría ser de otro modo una vez convertida Madrid en una megápolis imposible pero real, el bloque constitucional reacciona de tal modo que España se guste menos hoy que unas semanas atrás, guste menos dentro de unos días y todavía menos dentro de unos meses. Se guste menos a sí misma, menos en Catalunya y menos en los clubs de países avanzados a los que pertenece. Culpa de la persistencia catalana o de la propia incapacidad, que cada cual la reparta cómo guste, aunque ningún reparto cambie para nada la naturaleza del conflicto.

Tercera gran lección del 1-O: las dos partes han ido demasiado lejos. Los dos trenes, cada uno por su vía, van de bajada y sin frenos. Ni a corto ni a medio plazo existe capacidad de retroceder y encontrarse en un aceptable medio camino. Catalunya debe liberarse. Catalunya debe ser sometida. Crear un Estado en vez de negociar un tratado de pertenencia. Castigo, no compensación. Se acercan detenciones, juicios, constreñimientos que se pueden alargar meses y años, niveles de represión inéditos en esta Europa, pero es el precio a pagar por España para dominar a Catalunya. No asociada, sino sometida. Es la dialéctica del muelle. Cuanto más lo comprimen, antes y más lejos espera saltar. La consigna independentista es rebelión hoy, hambre para mañana y pan para siempre. En eso hay unanimidad, a pesar de las notables discrepancias sobre la duración de este mañana que acaba de empezar. Para los más optimistas, son semanas o meses. Aunque fueran años, como es de temer, las fichas respectivas están encima de la mesa y ya no se pueden cambiar. El débil asume la condición de maltratado y el maltratador se pone en evidencia, puesto que se ha condenado a forzar más la mano porque tiene la ley en la mano. Ya verán los incrédulos cómo se asimilará independencia con apología de la sedición.

El muelle que salta

No es política. No es estética. Es historia. Ortega no quería el Estatut, de ninguna manera, y Azaña se arrepintió de haberlo aprobado. Contra la perseverante ignorancia de los tertulianos de RAC 1, que confunden conllevancia y convivencia, y contra la interpretación espuria de los que invocan la conllevancia para negociar mejoras que a estas alturas ya solo pueden ser entelequias, conviene recordar que Ortega es el mayor detractor de las concesiones a Catalunya. Cuarta gran lección del 1-O, por si hicieran falta más: en Madrid está prohibido discrepar de Ortega. Los últimos 30 años han vuelto a demostrar que la descompresión es inútil. Muelle catalán más comprimido, y si salta que salte.

El independentismo catalán ha mostrado una insólita cohesión, a pesar de la amplitud del arco ideológico, pero se enfrenta a una debilidad gravísima en democracia, la ausencia de mayoría clara y reiterada. Le falta una porción del ingrediente principal, la masa social que, con referéndum o sin él, haría irreversible la independencia. En este sentido, el 1-O fue diseñado como jugada 'win win'. Si sale bien, soberanía catalana. Si lo impiden con la fuerza pública, acelerador de un movimiento social que se mueve en dirección contraria a España pero aumenta con exasperante lentitud. Aunque de entrada el miedo –sí, el miedo, ilusos– comportara una contracción electoral independentista, la clausura de las terceras vías y la represión jugarían luego a favor de una mayoría irrebatible.