El debate social de la independencia
¿Cómo repartimos los amigos?
Lo que ocurre en Catalunya es una historia de desamor en toda regla
«Mejor no hablamos de política». Es una de las frases que más he oído en las últimas semanas y que más he repetido. Suele ir acompañada de una coletilla final, del estilo «te aprecio mucho y no quiero que nos enfademos por culpa de esto», pero es justamente ese intento de sosiego el que más inquietud debería producirnos. ¿Cómo es posible que nos hayamos dejado arrastrar hasta aquí? ¿Cómo hemos permitido que la polarización política amenace con fagocitar nuestras amistades? Desde pequeños buscamos pertenecer a un grupo, crear vínculos, hacer amigos. Y cuando por fin lo tenemos, lo ponemos en riesgo. Nuestro viaje vital está a punto de descarrilar –utilizando el lenguaje ferroviario al que tanto nos hemos aficionado– y nosotros seguimos apretando el acelerador.
A lo largo de este inacabable 'procés' son muchas las veces que nos han dicho que no existía ningún tipo de erosión familiar ni social en Catalunya, que era una exageración, una 'boutade' inventada por aquellos que querían buscar un problema donde no lo había. Hay que puntualizar que 'aquellos', siempre son 'los otros', claro, los que piensan de forma opuesta a la nuestra. Eso es algo a lo que también nos hemos tenido que acostumbrar, la coexistencia con 'los otros', los irremediablemente equivocados.
Clarividencia y ceguera
Creo que ya nadie, ni nosotros ni los otros nos atreveríamos a seguir afirmando que este camino no nos está corroyendo. Nadie por lo menos que entienda la amistad y la familia como una suma de confluencias y sensibilidades. Nos hemos obcecado en sumarlos a nuestra causa, la única válida. Nuestra clarividencia es su ceguera. ¿Cómo es posible que no lo vean, que se pongan de perfil, que sean tan equidistantes? Ya he acabado utilizando la palabra yo también… Dichosa terminología de moda, vocabulario 'procesista'.
Nuestro particular 'procés' ha pasado por todas las fases posibles, de la incontinencia verbal a la autocensura pasando por el intento de ridiculizar al otro, con nuestra mejor intención claro, que son amigos y les queremos. Pero en ese intento evangelizador les hemos hecho daño, nos hemos hecho daño y ahora, que ya no nos queda ni siquiera la esperanza de poder convencer al otro, acotamos los espacios comunes, dejamos de comentar en nuestras redes sociales y afrontamos con una desidia inusual la próxima cena de Navidad o el próximo cumpleaños. Desidia por los ratos compartidos, que antes eran un bálsamo. ¿Tres horas de sobremesa con alguien tan equivocado? ¡Qué pereza!
No nos dejamos ser a nosostros mismos y ese es el primer paso para perdernos. Nuevamente he recurrido al título de una canción para titular este artículo. La cantaba un dúo formado por dos amigas Ella baila sola y la letra apuntaba: «Una historia tiene dos finales, el tuyo y el mío». El dúo musical acabó y la amistad también. Lo que pasa en Catalunya es una historia de desamor en toda regla, hace unos días que no dejo de pensar en la desagradable idea de saber si esto acaba en ruptura y, si es así, ¿cómo repartimos los amigos?
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