Paulinho, un exotismo que enamora

Paulinho celebra su gol al Eibar en el Camp Nou.

Paulinho celebra su gol al Eibar en el Camp Nou. / periodico

Sònia Gelmà

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Hubo un tiempo en que en el Barça todo pasaba a ras de suelo, la idea se extremó hasta límites que enorgullecían al barcelonismo. Pero esa idea requiere mucho mimo y mucha fe. Y el paso del tiempo ha sido cruel con aquellos que soñaban con que aquel sello se mantendría ya siempre a la misma altura. Nadie determinaba el estilo más que Xavi Hernández. Se fue y, como ya se podía intuir, no se ha conseguido ocupar su hueco, porque es único. Así que mientras el original ya no está y los sucedáneos no convencen, sorprende cómo el barcelonismo se ha enamorado de Paulinho en cuatro ratos. Las virtudes del brasileño no concuerdan para nada con todo aquello que se aprecia en el retrato robot del centrocampista que genera la Masia. Y quizás en eso, en su antagonismo, resida su atractivo.

Paulinho aparece en el área con una exuberancia que sorprende respecto a la sutileza de lo habitual. Su potencia en el juego aéreo consigue levantar del asiento al barcelonista que lleva años maldiciendo los “gilicórners” –esos saques de esquina que no se centran como marca la tradición, sino que se sacan en corto. Resulta casi exótico ver un centrocampista azulgrana rematando de cabeza un córner. La potente llegada al área del brasileño promete una buena conexión con esa parte de la afición que luce orgullosa su juego preciosista, pero que en cuanto ve un momento de debilidad, no puede reprimir aquel grito tan clásico cuando alguien próximo al área falla un pase: “¡Chuta, burro!”.

La segunda unidad

Paulinho, que fue aclamado en su primer partido como titular en el Camp Nou, ha caído en gracia a la afición del Barça y, por lo visto, también al vestuario, donde cuenta con la bendición de Messi tanto dentro como fuera del campo. Es el reverso de la moneda de André Gomes, otro centrocampista que no cuadra con el retrato robot del famoso ADN pero que en su caso, además, tampoco ha sacado provecho de sus cualidades propias.  

Sin hacer demasiado ruido, a ritmo victorias, ninguna especialmente brillante, pero casi todas sólidas, el Barça de Valverde empieza a recuperar incluso parte del patrimonio, el de la segunda unidad y, en eso, Paulinho es el máximo exponente. Su fichaje continúa siendo discutible por los mismos argumentos que lo era en verano -su precio y su club de origen siguen siendo los mismos- pero su rendimiento ha conseguido que esas razones pasen ahora a un segundo plano. El barcelonista se lo mira con curiosidad, atraído por su rareza, se permite un poco de feijoada después de años de tanto caviar.