España y Catalunya, dos mundos separados

Es muy difícil vislumbrar qué contrapartidas podrían hacer cambiar de rumbo a esos dos trenes que parecen decididos a chocar

Mariano Rajoy y Carles Puigdemont, en el Palacio de la Moncloa.

Mariano Rajoy y Carles Puigdemont, en el Palacio de la Moncloa. / EL PERIÓDICO

Carlos Elordi

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Cada día que pasa aumenta la distancia que separa a Catalunya de España. Son realidades crecientemente distintas y ajenas una de la otra. Más allá de la imposibilidad de conciliar de forma alguna los planteamientos de una y otra parte, lo que define el proceso imparable de separación es que el discurso de unos y otros se dirige exclusivamente hacia quienes pueblan su propio territorio. A los que ya están convencidos o pueden estarlo de cada una de las causas. Son dos mundos, dos dinámicas excluyentes. Cada día más enfrentadas. No hay posiciones intermedias.

Sin moverse un ápice de la postura en la que lleva cinco años colocado, Mariano Rajoy está logrando convertirse en el líder de todos aquellos españoles que están en contra de la independencia de Catalunya, o que profesan toda suerte de credos anticatalanistas. Es decir, de la mayoría. Buena parte de su inmovilismo responde a su necesidad de satisfacer al sector más e intransigente de su electorado, a esa España que aún no ha asimilado el cambio democrático de los 70. Y también a su ideología de fondo, que es centralista de viejo cuño y poco amiga de las autonomías, por mucho pragmatismo y bonhomía que ponga para ocultarla.

Pero lo nuevo y muy llamativo es que amplios sectores de la opinión pública que nunca han estado cerca del PP hoy reconocen que Rajoy les representa, que es él quien está librando la batalla contra lo que para ellos es un intolerable desafío catalán y que desean sin ambages que gane esa guerra. La ausencia o la inanidad del PSOE, cada día más inmerso en sus contradicciones y debilidades, tiene esa consecuencia. No son pocos los socialistas, y algunos destacados, que en Madrid confiesan que hoy están con el presidente del Gobierno. Enarbolando la bandera de España, Mariano ha salido del agujero en el que estaba hasta hace poco.

Rajoy sabe que es su momento. Está cada día más crecido. Habla y actúa para la España que está con él. Aunque las cosas que dice puedan horrorizar a buena parte de los catalanes. Nadie le hace sombra en su empeño por doblegar hasta donde haga falta al independentismo y a sus aliados.

Todos los puentes están rotos

Hace ya mucho tiempo que estos renunciaron a la posibilidad de ser entendidos más allá del Ebro. Tal vez nunca pensaron ello. Su discurso está exclusivamente dirigido a los catalanes, no contemplan la posibilidad de que pueda ser escuchado, siquiera por una minoría cualificada, fuera de sus fronteras. Y lo que está claro es que si ahora abordaran ese empeño fracasarían estrepitosamente. Todos los puentes están rotos.

Ahora, ante la inminencia del desastre, hay quien dice que cree que aún se puede negociar. Y es posible que se estén fraguando intentos en esa dirección. Pero sin renunciar a la última esperanza, hay que ser pesimistas. Porque es muy difícil vislumbrar qué contrapartidas podrían hacer cambiar de rumbo a esos dos trenes que parecen decididos a chocar. Pero también porque los millones de ciudadanos que se han subido a uno y a otro no lo entenderían.