Análisis

«Dejad tranquilos a los alcaldes»

Catalunya está partida, pero lo peor es que también está cada día más crispada

Reunión Ada Colau y Carles Puigdemont en el Palau de la Generalitat

Reunión Ada Colau y Carles Puigdemont en el Palau de la Generalitat / periodico

JOAN TAPIA

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Catalunya está partida. Lo sabíamos. Hace unas semanas, el poco sospechoso (de españolismo) CEO, el 'CIS de la Generalitat', informó de que el 41% de los catalanes querían la independencia pero que el 49% eran contrarios. El resultado sería el mismo aunque fuera a la inversa: partidos.

La semana pasada el Parlament aprobó con 72 votos sobre 135 –sin la mayoría cualificada de 90 diputados, los dos tercios que requiere el Estatut– las leyes de ruptura con España. 72 por la ruptura, 63 por otras cosas: divididos.

Y ahora la batalla campal se encrespa cada día y llega a los alcaldes. Puigdemont puede sublevarse. Allá él. Otra cosa es que quiera que le acompañen los alcaldes poniendo locales y arriesgándose. Por eso la alcaldesa de L’Hospitalet, la segunda ciudad catalana, Núria Marín, le espetó al president: «Dejad tranquilos a los alcaldes». No se pasó, porque los del PSC estaban aguantando presiones tras que el president pidiera «a la gente» que «interpelara» a los alcaldes. El de Terrassa, Jordi Ballart, a la izquierda de Iceta, denuncia en Facebook que las interpelaciones fueron:  «Vendido, cobarde, traidor, cagado, sociata de mierda, que me vaya de Terrassa, que no volveré a despertar, trozo de mierda y maricón asqueroso».

Suena más a insulto que a sonrisa. Partidos, pero también crispados. Y se ve que el poder la ha cogido con los alcaldes. El fiscal general imputa a 712 de ellos –muchos de pueblos pequeños– el delito de no negar locales para la votación. ¡Ah, y amenaza con hacerles acompañar al juzgado por los Mossos! Me ha recordado aquello de Unamuno de «Venceréis, pero no convenceréis». Pero seamos justos. Rajoy gobierna porque tuvo más votos que otros, no por haberse sublevado en África.

Colau y el caso de Barcelona

Pero la crispación no acabará aquí. Los alcaldes de Junts pel Sí –me dicen que algunos ni han firmado nada– se manifestarán el sábado pero irán al juzgado a explicarse. Los de la CUP esperarán a ser detenidos por los Mossos. Ahora no basta con presionar a los alcaldes. El fiscal Maza y la CUP quieren mezclar también a los Mossos.

Todo nos conduce a un país modélico y de concordia, a la Holanda del sur, con ciudadanos y alcaldes divididos y expectantes ante el 'major' Trapero. ¡Qué dislate!

Pero Ada Colau es ella. Acatará la orden, porque no cederá locales, pero ayudará a la rebelión fumando la pipa de la paz. Ada no pone locales y Puigdemont la bendice a cambio de que vaya a votar. Aunque no en un referéndum sino en una movilización. Visto lo visto, tampoco hay que ponerse exquisitos.

El independentismo no podrá hacer un referéndum con garantías, pero sí pretende repetir el 9-N del 2014 y provocar un barullo descomunal a riesgo de hacer saltar por los aires las costuras democráticas del 78 –que tanto costaron a tantos– y de consolidar nuestra marca en Europa como (catalanes y españoles) pueblos sensatos, trabajadores y honestos. Que lo somos. Al menos, más que la clase política del 3% y de la 'Gürtel'.

De victoria en victoria hasta el desastre final. No es equidistancia, es… otra cosa.