Risto Mejide

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'Vergonya'

Me he pasado la semana encerrado en un hotel de Puerto Madero con un uruguayo que vive en Montevideo, un dominicano que vive en Colombia, un mexicano que vive en Estados Unidos, un venezolano con orígenes vascos que vive en México, un catalán que vive en Buenos Aires, un porteño que vive en Nordelta y una brasileña que vive en Sao Paulo.

Todos extraordinarios profesionales. Todas cabezas publicitarias muy bien amuebladas con altísima capacidad de oratoria y ganas de utilizarla. Un festival.

Primer efecto colateral: a la primera de cambio, mi acento dejó de ser el que era. De pronto, mi entonación empezó a ser diferente. Como más suave, más arrastrada, regalándome más en las sílabas finales de cada palabra. Yo lo pronunciaba casi con las mismas expresiones, pero no me sonaban igual. Y es que tampoco las palabras que usaba fueron exactamente las de siempre. De repente, sin venir a cuento, empleaba más el acá que el aquí, más el ustedes que el vosotros. Los lingüistas hablan de mimetismo por ganas de agradar. Yo añadiría cierto paletismo y falta de personalidad por mi parte.

Me pasa cada vez que salgo de casa. Pero es que me ha pasado hasta con el delicioso soniquete menorquín. Se me pegan los acentos como si fueran gripes de temporada, con el agravante de que me doy cuenta de lo mal que queda un extraño haciéndose el lugareño y el enrollao. Y cuanto más intento evitarlo, más lo clavo. Así que ya me da igual. Prefiero que piensen que soy uno de esos esnobs que van de integrados. La rabia que da cuando alguien te dice "es que yo ahora pienso en inglés". 'Suck me an egg'. Bueno, pues ése soy yo.

Lo rápido que se me pegan los acentos y lo lento que interiorizo las costumbres. Resulta que en Argentina no se dan dos besos en las mejillas, sino uno. Resultado: a cada presentación me llevaba media cobra. Era entonces cuando me ponía nervioso y me salía un "disculpá". Aún hoy me sorprendo de que siguieran hablando conmigo. 

Diría que nuestra cabeza necesita y celebra adaptarse, mientras que nuestro cuerpo nos exige el ritual del hábito, mucho más tedioso y repetitivo. Por no decir que soy gilipollas.

Mucho más profundo y significativo ha sido el segundo efecto colateral: muy al principio me di cuenta de que todos compartíamos más o menos los mismos problemas. Las mismas inquietudes. Las mismas esperanzas. Y no hablo sólo de nuestra profesión. Hablo de la vida. Transformarse y trascenderse. Cambio y movimiento. Frustración. Ilusión. Éxito. Fracaso. Todo suena exactamente igual si lo cambias de país. O de nación de naciones, en lengua PSOE.

Sólo me queda una esperanza. La gente de la calle. Individuos, familias, proyectos que salen adelante a pesar de todo. Los mismos que gritaron no hace mucho ese 'No tinc por'

Total, que llegaba a mi habitación por las noches, exhausto de hacerme el sureño, empapado de globalidad y universalidad, ponía la tele en un canal de noticias y de pronto ahí estaba. Catalunya emprende el camino hacia la desconexión. Mi casa. Mi tierra. Mis vecinos. Levantando fronteras en vez de derribarlas. Tomándome por aún más idiota de lo que ya soy.

Y he sentido vergonya. Vergonya por tener que explicarle a todos los colegas que me preguntaban cómo hemos llegado hasta aquí. Vergonya por ver cómo mis empleados (y los tuyos, porque nuestros políticos trabajan –o deberían trabajar– para ti y para mí) se pavonean aplaudiéndolo como si no hubiera un mañana. Vergonya por hacerlo al margen de la Constitución. Vergonya por votarlo en mayoría simple y aún así contarnos que se trata de un mandato popular. Las mayorías cualificadas las dejaremos para votar el grosor del papel de WC, 'I suppose'. Vergonya por una señora que retiraba unas banderas y dejaba otras. Malditos pedazos de tela, en toda la historia de la humanidad sólo han servido para distinguir los míos de los tuyos y saber por dónde empezar a atizarse. Y vergonya, claro que sí, por un Gobierno central que no ha sabido gestionar la situación para evitarnos a todos llegar a este punto.

Negaré que lo he escrito, pero hoy, que parece ya tarde para cualquier negociación, tan sólo me queda una esperanza. La gente de la calle. Individuos, familias, proyectos que salen adelante a pesar de todo. Los mismos que cada 11-S se manifiestan pacíficamente para hacer valer sus ideas, sean cuales sean. Los mismos que gritaron no hace mucho ese 'No tinc por'. Los mismos que ahora callan por no llorar.

A mí que me llamen equidistante, chaquetero, unionista, 'botifler' o lo que les dé la gana. Los que me lo llaman jamás van a conseguir lo que pretenden. Además, será por insultos recibidos. Que se pongan a la cola.

Los demás, corruptos de uno y otro bando, imputados aka investigados o simplemente inútiles e incompetentes, incapaces de gobernar las sensibilidades de un pueblo mucho más complejo de lo que jamás llegaréis a entender, por mí hoy estaríais todos despedidos. Pero como yo sí creo en la democracia y en que la soberanía popular os ha colocado ahí aunque a mí no me gustéis, para vosotros tengo simplemente una palabra.

Vergonya. Pronúnciese alargando mucho la o.