La Tierra y los humanos

De la mitología a la ciencia

Los grandes cataclismos naturales de la historia han alimentado creencias en diversas culturas

ilustracion  de leonard beard

ilustracion de leonard beard / periodico

MARIANO MARZO

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Karl Popper proponía que «la ciencia debe comenzar con los mitos y con la crítica de los mitos». Y lo cierto es que en el campo de las ciencias de la Tierra un grupo de científicos está impulsando una nueva disciplina denominada geomitología. Esta pretende ligar mitología con ciertos sucesos naturales (seísmos, tsunamis, erupciones volcánicas, inundaciones, impactos de meteoritos o cometas, etcétera) que por su excepcionalidad dejaron una impronta imborrable en las poblaciones humanas que los vivieron y en sus descendientes.

Tranquilidad interrumpida

La geomitología se remonta a la década de los 80, cuando los científicos se dieron cuenta de que el monótono discurrir del tiempo geológico estaba punteado por catástrofes de una magnitud inusitada, como, por ejemplo, la relacionada con el impacto del meteorito que acabó con los dinosaurios hace 65 millones de años. Tras la aceptación generalizada de esta concepción del pasado geológico, que implica la existencia de prolongados periodos de tranquilidad interrumpida por eventos catastróficos de naturaleza instantánea, algunos académicos empezaron a preguntarse si los mitos casi universales de grandes fuegos e inundaciones se relacionaban con cataclismos naturales acaecidos en el devenir de la humanidad.

En el tsunami del 2004 en el Índico los moken vieron venir, gracias a su tradición oral, la ola devoradora

El mito del diluvio universal o de la gran inundación (en los países de habla inglesa se habla del 'big flood') es ilustrativo al respecto. En la década de los 90, Walter Pitman y William Ryan, geólogos marinos de la Universidad de Columbia, propusieron que el ascenso de algo más de 120 metros experimentado por el nivel de las aguas del Mediterráneo desde el ultimo máximo glacial culminó, hace unos 7.600 años, con una catastrófica inundación de la actual región del mar Negro, por entonces ocupada por un conjunto de lagos y marismas ubicados en un área relativamente deprimida de la corteza terrestre. Tras superar la barrera topográfica en la que hoy en día se entalla el estrecho del Bósforo, las aguas del Mediterráneo se abrieron paso violentamente hacia la depresión citada, dando lugar a unas cataratas de una magnitud equivalente a 200 veces las del río Niágara. Un acontecimiento, sin duda aterrador, que habría inspirado el mito bíblico del diluvio o gran inundación.

El trabajo de Pitman Ryan suscitó grandes críticas, pero también impulsó la investigación, de modo que, con el tiempo, la teoría de que la región mencionada había experimentado una gran inundación ha ganado en aceptación, muy especialmente tras el hallazgo en el fondo del mar Negro, a 91 metros de profundidad, de los restos de habitáculos y artefactos humanos del periodo neolítico. Otra cosa es saber con certeza si este acontecimiento coincide realmente con el que se recoge en el relato del Libro del Génesis sobre Noé y su arca.

La falla de Seattle y los aborígenes

A una escala más local, el número de estudios científicos que ligan ciertas mitologías con desastres naturales se ha incrementado recientemente con casos provenientes de diferentes culturas de América del Norte, Oriente Próximo, África, Europa y Oceanía. Un ejemplo llamativo de tales estudios es el publicado en el 2004 en una prestigiosa revista en el campo de la sismología ('Seismological Research Letters') por un equipo encabezado por Ruth Ludwin, de la Universidad de Washington Seattle, en el que se relaciona la actividad de la falla de Seattle con numerosas historias aborígenes. Estas evocan épocas en las que poblaciones costeras, situadas a lo largo de las costas de la Columbia Británica, Washington y Oregón, fueron barridas por enormes olas provenientes del océano Pacífico. Unos eventos que los nativos atribuían a batallas entre una ballena gigante y un pájaro del trueno o 'thunderbird' (un ave mitológica que lanzaba rayos y generaba truenos al batir sus alas) y que los paleosismólogos relacionan con grandes tsunamis ocasionados por una docena de terremotos, con un periodo de recurrencia de 200 a 1.000 años (el último tuvo lugar en el 1700), originados en una zona de subducción localizada bajo las aguas del Pacifico.

La utilidad de analizar científicamente los mitos quedó claramente ilustrada durante el tsunami del 2004 en el océano Índico.

Esta catástrofe se saldó con cerca de 300.000 muertos. Sin embargo, en Tailandia casi toda la población de indígenas moken sobrevivió. Sus  tradiciones les advertían de que cuando el mar retrocede rápidamente a gran distancia –como sucede durante un tsunami–, una gran ola devoradora de hombres está al llegar y todo el mundo debe correr tierra adentro. Como ellos hicieron.