El atentado, en la distancia
Tres apuntes de agosto
En el extranjero descubres que Barcelona es un mito coloreado, la imagen de una ciudad abierta y festiva
Josep Maria Fonalleras
Escritor
JOSEP MARIA FONALLERAS
1 El periodista y las vacaciones
1 He hecho vacaciones. Pocas. Había dejado escrito un artículo sobre un tema que entonces, cuando lo hice, era de máxima actualidad. El turismo. ¿Lo es ahora? Sí, por supuesto. Pasarán los días y volveremos a hablar de lo que hablábamos antes. Es lo mismo que experimentamos cuando muere alguien cercano. Piensas que el mundo no tiene sentido, que nada lo tiene, que se deberían detener los relojes, como imploraba Auden, pero sales a la calle y el mundo sigue su curso, indiferente a tu pena, como decía (¿quién, si no?) Auden. Pasarán los días y volveremos a pensar en el turismo. Y quien dice turismo dice tranvía, o huelga, o manifestación, o referéndum, o fútbol. El trabajo del articulista tiene un punto de insolencia. De vanidad. Desde su atalaya observa la realidad y quiere decir la suya, quizá porque piensa que la puede explicar o porque tiene un deseo indomable, vanidoso, de aportar luz. O de explicar su postura o de ilustrar con una anécdota personal lo que afecta a todo el mundo.
Volveremos a hacerlo. Pero tengo delante el artículo del turismo y me parece que tengo la obligación moral de descartarlo.
Las vacaciones son un espacio de fuga, de no pensar, de dejar que se escurra el tiempo sin desazón, de abandonar no solo lo cotidiano sino la presencia de ti mismo en la habitual rutina que atrapa. Vacaciones es imaginar un territorio amable, nada hostil, donde se te ofrece la posibilidad de que nada interfiera en la placidez. Y es justo de golpe, en estas vacaciones, lejos de casa, donde descubres el horror cercano, donde experimentas que no hay un cercado –en ninguna parte– que transmita una seguridad completa.
2 En la cueva, sombras
2No sabes muy bien cómo reaccionar. Recibes las primeras informaciones como un vómito. De repente, todo se agranda. Pero también llega con sordina, como si fueran los reflejos de unos universales que solo descubres como sombras. Piensas en los tuyos con desazón. Y piensas en los lugares donde fuiste feliz (noches que no se acababan nunca, el amor que llegaba en una Vespa) y que ahora son el escenario de un trágico zigzag. Y miras de saber cosas y recibes mensajes de todo tipo y no quieres ver las fotografías y descubres, en el extranjero, que Barcelona es un mito coloreado, la imagen de una ciudad abierta y festiva. Ver el terror en la distancia cuando resulta que la escenografía es la tuya, cuando aquellas calles son las calles por donde caminaste y amaste, por donde has paseado y bebido y observado, es una sensación extraña, que se debate entre el llanto, la rabia, la impotencia y el asombro. Estás en la cueva y sabes que hay una realidad que es de sangre y de miedo, de correderas, de disparos y sirenas. Pero en la cueva solo hay sombras que te acercan a esa realidad en función de cómo sea la luz que la ilumina.
3 Una urna griega
3Mientras tanto, en el Pantheon hay cola para entrar. Un guitarrista toca, en la plaza, una música discreta. En el interior, una chica llora emocionada ante la estricta belleza. Llora solo porque aquel interior desprende una armonía que te acerca a la verdad. ¿Qué verdad? La misma que describía Keats cuando hablaba de una urna griega. La que transporta un sentido. La contemplación de la belleza es inocua cuando no llega con el veneno de la transmutación, cuando no interfiere con la conciencia. La mirada, entonces, es redentora. El Cimitero Acattolico, el Testaccio, está cerrado. Miramos la tumba de Keats a través de una rendija en la pared. Otra chica, tal vez la misma de antes, deja –como un exvoto, como un rezo, como una prenda– el dibujo de la urna que el poeta dibujó cuando escribía sus versos. La urna que permanecerá, «en medio de un dolor diferente al nuestro», cuando nosotros no estemos.
Nos salvan los pequeños gestos. La emoción de vivir. En este absurdo donde se juntan la madre del llanto desgarrado; la rebelión contra la farsa, la indignidad y los prejuicios; las flores y los peluches de la Rambla; la irrupción del mal. Quizá nos queda eso. Solo eso. «Esto es todo lo que sabemos, todo lo que necesitamos saber».
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