¿Es Venezuela una dictadura?

Maduro se está quedando sin el apoyo de las clases mientras que la oposición es incapaz de salir del antichavismo visceral

protestas en venezuela

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Ramón Lobo

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Venezuela es una república duplicada—dos Parlamentos, dos Tribunales Supremos, casi dos fiscalías generales— en la que nada funciona. Tras el referéndum convocado por la oposición, en el que solo votó la oposición, el Gobierno de Nicolás Maduro responde con la elección de una Asamblea Constituyente en la que votarán, sobre todo, los chavistas, si es que no hacen efecto las presiones y amenazas sobre los funcionarios.

El problema es que nos hemos gastado todos los adjetivos antes de tiempo. Algunos medios de comunicación y personas llevan años denunciando una dictadura. Pero en una dictadura la oposición no arrasa en las elecciones legislativas ni celebra huelgas generales.

Se rompieron los puentes, si es que existieron, entre la Venezuela pobre, negra e india que votó a Hugo Chávez y la Venezuela blanca y rica que gobernó el país durante 40 años a través de dos partidos turnantes (y mangantes), el democristiano COPEI y la socialdemócrata Acción Democrática (AD). Ambos compitieron en el olvido de los más pobres, un 49% de la población en 1999. Era la época del boom petrolero, pero el dinero no llegaba a todos los venezolanos. El más corrupto fue Carlos Andrés Pérez, sobre todo en su segundo mandato (1989-1993). CAP fue muy amigo de Felipe González.

Tras fracasar su golpe de Estado en 1992 y penar cárcel, Hugo Chávez ganó las elecciones de 1999, y todas las siguientes, refrendadas siempre por observadores internacionales. Ganó un referéndum revocatorio en el 2004, pero perdió el de la reforma constitucional en el 2007. Admitió la derrota y felicitó a la oposición.

Apoyo de los desfavorecidos

La base de poder de Chávez fueron los desfavorecidos, los olvidados, a los que enseñó a leer y escribir (1,5 millones desde el 2003) y les dotó de conciencia ciudadana. La tasa de pobreza en 2013, el año de su muerte, se había reducido a un 29,4%, más de 20 puntos. Era el país modelo, junto a Perú, en la lucha contra la pobreza extrema.

Es cierto que el rescate de las clases populares se hizo con un petróleo por las nubes. Eran los buenos tiempos de la OPEP (con un barril a 140 dólares). Venezuela ingresó una media de 56.500 millones de dólares al año en el periodo de Chávez. Pese al maná petrolero, el país se endeudó por encima de sus posibilidades. Venezuela debe hoy 92.750 millones de dólares a pagar antes del 2027. A esta losa se unen otras dos: caída del precio del petróleo (cotiza a 43,48 dólares el barril) y un presidente sin carisma ni capacidad.

Maduro se ha sentido huérfano, cercado por enemigos reales y ficticios desde la aparición del pajarito en abril del 2013, en la campaña electoral con Chávez de cuerpo presente. Su victoria fue ajustada pese a la emotividad del momento.

Maduro no es Chávez

Maduro no es Chávez. No es un soñador, ni un intelectual; tampoco un gestor. Podría ser un vigilante de un proyecto que no funciona sin líder. Es un tipo que sabe que perderá el poder si hay elecciones en el 2018. Todos sus movimientos, incluida la Constituyente, tienen un fin: impedir la victoria de la oposición. Si lo consigue con malas artes es cuando cobrará sentido hablar de dictadura, de régimen autoritario.

El apoyo a Maduro se ha derrumbado en los barrios populares. Su caladero de votos se está secando. Los pobres que aprendieron a leer y a ser ciudadanos con derechos también sufren la escasez. Hace tiempo que dejaron de comprar consignas, lo que quieren es comer.

La oposición reunida en la Mesa de Unidad Democrática (MUD) sigue anclada en un discurso antichavista, demonizador con todo lo ocurrido en Venezuela desde 1999. Carecen de una oferta de esperanza.

Antichavismo visceral

La MUD es, como la Plantajunta española, una amalgama de personas y partidos que incluye al COPEI y a los adecos. Solo tienen en común un antichavismo visceral. Si la MUD quiere el poder tendrá que conquistar a los más pobres, a los negros y a los indios, a los que despreciaron durante 40 años.

A una parte de esa oposición de clase media y alta le ha sobrado petulancia y tal vez le ha faltado inteligencia política. Luisa Ortega, aún fiscala general de Venezuela, trata de ejercer de puente entre las dos Venezuelas abismadas en la calle. Se declaró chavista anti-Maduro. Ese es el tipo de discurso que llega a los barrios: Maduro no es Chávez, es el impostor.

Se han superado los 100 muertos en tres meses de lucha callejera en los que el Gobierno lleva el peso de la represión, pero no todos los muertos son opositores.

Maduro bloqueó el referéndum revocatorio con ardides porque lo perdía. Ha ganado poco más de un año. Su Constituyente busca alterar las reglas de juego, anular a la oposición sin contar con el poder Legislativo, en manos de la MUD desde las elecciones de 2015.

Un embargo internacional, como algunos proponen, sería una gran noticia para Maduro, que necesita un balón de oxígeno. Cuba debería servir de enseñanza. Se castigó al cubano, no al régimen, al que se le regaló la excusa perfecta para justificar su propio fracaso.