Un cuarto de siglo de los JJOO
Barcelona-92, una excepción... o no
Es seguro que hoy los Juegos Olímpicos no son posibles sin el componente de 'global business'
Albert Garrido
Periodista
ALBERT GARRIDO
Flotaban en el ambiente la euforia y el optimismo, pero nos habían preguntado tantas veces si llegaríamos a tiempo, si todo saldría como figuraba en los papeles, que no hubo sorpresa aquella mañana del 25 de julio cuando una periodista brasileña se hizo eco por enésima vez de la gran duda existencial compartida por la ciudad entera: ¿estaremos a la altura de las circunstancias? Iban en ello la autoestima, tan robustecida a partir de octubre de 1986, y la necesidad imperiosa de demostrar que, en efecto, la ciudad era capaz de cualquier cosa a poco que se dieran las condiciones para ello. Y llegó la tarde, se llenó el estadio y a partir de entonces todo el camino hasta el final fue cuesta abajo o al menos lo pareció: la descomprensión y la 'joie de vivre' ocuparon el lugar de la incertidumbre.
Se adueñó de la ciudad la sensación de que era el centro del universo, una exageración unánime, compartida con las multitudes que acudían a la Expo de Sevilla. En aquellas dos semanas hubo espacio para vivir siempre fuera del caparazón, en un paisaje cosmopolita, irreal a menudo, divertido siempre. Fue la gran fiesta con poquísimos disidentes, la fiesta por excelencia, la rara ocasión en la que el deporte, los Juegos, la mitología olímpica fueron el gran pretexto para dejar las inhibiciones para otra ocasión, para cuando se apagaran los focos.
Un vendedor de pines, llaveros y otras baratijas captó el ambiente a la primera en su eslogan, escrito en un inglés apresurado: 'Have fun. Olympics will be over' (Divertíos. Los Juegos Olímpicos se acabarán). El tipo vendió bastante en la avenida de María Cristina a pesar o gracias a su indumentaria extravagante.
UN GRAN NEGOCIO
Claro que los Juegos son -eran, serán- también un gran negocio, un ir y venir de ejecutivos de multinacionales, de figuras trajeadas y encorbatadas, pero en aquellos días todo quedó supeditado a la gran gozada. Es seguro que hoy los Juegos no son posibles sin ese componente de 'global business'. Registrado en los libros de historia el romanticismo elitista de Pierre de Coubertain y adláteres, vencido el espíritu fundacional por la historia misma, sigue en pie el poder de atracción del héroe enfrentado a sus propias limitaciones, pero el lubricante de la maquinaria son los edificios que hay que levantar, los derechos de televisión que hay que negociar, las estrategias publicitarias que figuran en las cuentas de explotación de las grandes empresas, todo cuanto orbita alrededor de un eslogan tan simple como desafiante: 'citius, altius, fortius'.
Tampoco habría Juegos si no sirvieran como pretexto para poner al día la ciudad que los acoge. En la memoria reciente de Barcelona figura esta referencia como justificación primera y última de aquellas dos semanas. En julio del 2002, al cumplirse diez años de los Juegos, Juan Antonio Samaranch reflexionaba sobre todo esto en el mirador acristalado de su atalaya negra en la Diagonal: "No hay ninguna experiencia personal y colectiva que pueda compararse con los Juegos: el COI tiene más miembros que la ONU y moviliza más recursos que cualquier otro acontecimiento". "¿Cuándo puede haber otros en Barcelona?", le pregunté. No contestó; desvió la vista hacia el ventanal y pasó a otra cosa.
Llevaba razón: no hay un parámetro de comparación posible, ni siquiera el Mundial de fútbol, tan seguido, pero que disputan un número relativamente pequeño de países y es una competición básicamente euroamericana. Cuando el campo de operaciones es el mundo y la diversidad es la norma, todo cambia y el legado que deja no tiene parangón.
Quizá la sensación de anticlímax que demasiadas veces dejó el Fòrum de les Cultures tuviera que ver con esa circunstancia genuinamente única de los Juegos: su capacidad de movilización sin necesidad de tener que explicar de qué se trata, cuáles son los objetivos, qué intangibles forman parte de su naturaleza multicultural.
UNA GRAN EMPRESA
¿Hacia dónde camina la gran empresa humana y financiera llamada Juegos Olímpicos? ¿Fue Barcelona una de las últimas excepciones en la preferencia del COI por las urbes más presentes en las finanzas globales y las economías emergentes? ¿Lo fue Atenas, hoy tan desvalida? A la vista del catálogo de ciudades repetidoras que han acogido unos Juegos desde los años 80 -Los Ángeles, Londres-, los acogerán -Tokio 202- o aspiran a cobijarlos en el 2024 -París o Los Ángeles, otra vez-, ¿queda sitio para el resto? ¿Tiene más posibilidades de repetir Pekín que de estrenarse cualquier otra ciudad menos influyente? Parece, ¡ay!, que queda poco sitio para las excepciones.
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