MIRADOR

Hockney y las piscinas

Si este verano van a París, deberían visitar la antológica del artista que hay en el Centro Pompidou

David Hockney, en una exposición en Los Ángeles en el 2001.

David Hockney, en una exposición en Los Ángeles en el 2001. / periodico

JORDI PUNTÍ

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Me encantan las piscinas en verano. Mi primera patria fue una piscina de plástico amarilla en el jardín de casa. Me bañaba solo, a los dos años, mientras el sol hacía el escardillo en aquellos cuarenta centímetros de agua. Una piscina al aire libre es un intento de capturar el cielo, el gran azul, el infinito. El mar es una novela; una piscina es un cuento: uno ve donde empieza y donde termina todo. Crecí bañándome en las piscinas públicas y, años después, leí ese cuento de John Cheever, 'El nadador'. El protagonista se baña en todas las piscinas de sus vecinos –nada y bebe whisky, nada y bebe whisky– y ese juego se convierte en una especie de descenso a los infiernos acuáticos del veraneo: el final es el anuncio del otoño y una casa familiar cerrada, una piscina abandonada a su suerte.

Las piscinas transmiten una calma refrescante, sobre todo cuando las traspasa la luz del sol. Si este verano van a París, deberían visitar la antológica de David Hockney que hay en el Centro Pompidou. Hockney, quien hace unos días cumplió 80 años, no ha dejado de experimentar con las técnicas y los colores, y aún hoy sigue pintando cada día. El repaso profundo a su obra nos muestra una vivacidad artística única. Desde sus primeros cuadros, a los 17 años, vemos que pinta con una curiosidad insaciable, que se deja influir sin complejos –como Picasso, como Matisse– y a su vez explora una mirada sobre los clásicos.

En los años 70, Hockney se fue a California y empezó a pintar piscinas. Nadie lo ha hecho mejor que él: la destreza para capturar la maravilla de la luz sobre el agua, de los cuerpos que se descomponen en el reflejo, de la salpicadura al borde del trampolín. Desde el centro de la muestra, la distorsión armónica de los colores de las piscinas reverbera en la evolución posterior: el cubismo de las polaroids, los paisajes del Gran Cañón y después de su Yorkshire natal, los retratos y autorretratos en iPad... Una zambullida hedonista que nos acompaña hasta la salida, donde David Hockney escribe en la pared un último mensaje de despedida: "Love life". Ama la vida, en unas letras de color azul marino, de ese azul del agua en la parte profunda de la piscina.