El carnet

En Catalunya se ha venido practicando desde siempre una política de presión a quien no comulgue con el pensamiento que se supone correcto

La alcaldesa Ada Colau y el dirigente de los 'comuns' Xavier Domènech, ayer.

La alcaldesa Ada Colau y el dirigente de los 'comuns' Xavier Domènech, ayer.

EMMA RIVEROLA

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En el 2010 llegó el #PressingPSC. Después vino el #PressingICV, el #PressingERC, el #PressingCUP y, ahora, el #PressingComuns. En realidad, nada nuevo. Si acaso, la etiqueta de Twitter. En Catalunya, desde mucho antes de que se inventaran las redes sociales, incluso internet, se ha venido practicando una política de presión a todo aquel que no comulgue con el pensamiento que se supone correcto. El que toca.

Convergència ha perdido su nombre y buena parte de sus votos e influencia, pero su modo de hacer política ha calado en la sociedad. Bajo su credo nacionalista se ha trazado la línea de la corrección y la conveniencia, de las filias y las fobias. También de las traiciones. Y eso viene de antiguo. Ahí tenemos a Raimon Obiols abandonando el Parlament un 30 de mayo de 1984 ante un tumulto que le gritaba: «'Mateu-lo! Mateu-lo!'». Eran los días de la investigación por la quiebra de Banca Catalana y Jordi Pujol (en un ensayo de lo que después se convertiría en rutina) ya se había ocupado de hacer pasar la querella por una afrenta a Catalunya.

¿Es eso realmente lo que queremos como colectivo? ¿Una sociedad en la que se tenga que ir con el carnet de buen catalán en la boca? ¿Una guerra de ideologías? No solo resulta cansino, también es algo estéril. Fomenta la superioridad moral de unos y el victimismo de otros. Al fin, un negocio para unos pocos. Para la mayoría, una pérdida. Demasiadas energías derrochadas.