Análisis
Poniendo palabras a lo invisible
No se trata de si aceptamos una relación sexual, se trata de si la queremos. Que no la deseemos proactivamente ya es un mensaje suficientemente claro
Gemma Altell
Psicóloga social. Fundadora de G360.
GEMMA ALTELL
Los últimos tiempos han estado marcados por un alud de denuncias de agresiones sexuales en contextos de ocio nocturno (festivales de música, fiestas mayores...). Uno de los hechos que marcaron un antes y un después en esta cuestión fue la dramática violación múltiple sufrida por una mujer en los Sanfermines de hace un año. Hoy, un año después, es necesario retomar el análisis intentando entender el contexto actual.
Las violencias sexuales en el ocio nocturno no son un fenómeno nuevo ni emergente. Sí que es nueva y emergente la visibilidad que están teniendo. Es una buena noticia. El hecho de que las denuncias por parte de las mujeres que las sufren aumenten tiene que ver con varias cuestiones que –no por casualidad– han coincidido en el tiempo. En primer lugar, el aumento de la sensibilización social sobre las violencias sexuales por parte de la ciudadanía. Este hecho ha sido posible gracias a la incidencia de los movimientos sociales, y en concreto al movimiento feminista.
LÍMITES QUE YA DEBERÍAN ESTAR CLAROS
En segundo lugar, destacar que las propias mujeres –que compartimos espacios de ocio nocturno con los hombres– estamos identificando más y mejor aquellos comportamientos que no tenemos por qué aceptar en ningún contexto, tampoco en el del ocio. Esto ha sido fruto de la toma de conciencia colectiva y de algunas iniciativas que han aportado luz al fenómeno. A menudo los contextos de ocio nocturno (públicos o privados) han sido objeto de una mayor tolerancia respecto a la violencia sexual; se nos ha supuesto a las mujeres una mayor accesibilidad sexual por el hecho de estar de fiesta, especialmente cuando hay consumo de alcohol u otras drogas. Esta supuesta accesibilidad sexual –que se filtra en los códigos sociales patriarcales– nos ha dificultado a las mujeres identificar situaciones abusivas y a menudo poner límites que ya deberían estar claros en una deseada sociedad igualitaria. En tercer lugar, algunas apuestas políticas claras y firmes (entre ellas las del Ayuntamiento de Barcelona o el de Pamplona) que han impulsado campañas de visibilización y prevención del fenómeno y que, sin duda, han retroalimentado los otros dos elementos ya mencionados.
NO SE TRATA DE CONSENTIR, SINO DE ELEGIR
Es cierto también que las mujeres reivindicamos desde nuestros actos que estamos y queremos estar presentes en los espacios de ocio en igualdad de condiciones que los hombres, pero actualmente el desajuste entre cómo reivindicamos vivir nuestra libertad y lo que nos encontramos cuando la ejercemos es dramáticamente insostenible. Por ello conviene ir al fondo de la cuestión: los códigos en relación al establecimiento de relaciones sexuales. Ha sido muy relevante hablar del concepto consentimiento: No es no, afirman muchas de las campañas que promueven el fin de las violencias sexuales; pero no es suficiente. Las mujeres somos y queremos ser sujetos de nuestro propio deseo sexual, no consentir el deseo de otros sobre nuestro cuerpo. No se trata de si aceptamos una relación sexual, se trata de si la queremos. La elegimos y la negociamos nosotras, y el hecho de que no la deseemos proactivamente tiene que ser un mensaje suficientemente claro. No se trata de decir no. Se trata de decidir siempre cuál es nuestro sí.
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