Duelo literario

Elizabeth Strout, autora de 'Me llamo Lucy Barton'.

Elizabeth Strout, autora de 'Me llamo Lucy Barton'. / RICARD CUGAT

JENN DÍAZ

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Cuando empecé a leer compulsivamente, hace diez años, apenas me costaba esfuerzo dar con el siguiente libro: daba un paseo por la librería, leía todas las fajas, todos los argumentos, las primeras frases, las biografías, elegía y me volvía a casa leyendo en el tren. Siempre acertaba. Por entonces aún no había leído ni a Natalia Ginzburg, ni a José Donoso, ni a Virginia Woolf, ni a Clarice Lispector, ni a Julio Cortázar. Apenas había leído, de modo que ajustándome a los autores y los libros de los cánones más tradicionales, siempre daba con el libro adecuado.

Después de publicar el primer libro, dejé de estar al día de los clásicos que tenía pendientes para estarlo de lo que publicaban las editoriales emergentes y la de los grandes grupos. Había dejado de leer fajas y sinopsis, y me llegaban al correo todas las 'newsletters' imaginables. Algunas de ellas aún las recibo. No compraba tantos libros porque hacía algunas reseñas, así que me llegaban ejemplares de prensa casi cada día. Y como seguía leyendo compulsivamente, quedé atrapada en la lectura de la novedad durante algunos meses. Hasta que me di cuenta.

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Desde entonces, he abandonado muchas 'newsletters', voy a las librerías sabiendo qué publican la mayoría de editoriales, tengo una idea vaga de los últimos diez títulos que me han interesando repasando las redes sociales, me llegan algunos libros de prensa a casa, tengo más dinero que entonces y diez veces más libros por leer en las estanterías de casa... pero leo infinitamente menos que antes. Y, peor todavía, lo que leo también me satisface infinitamente menos que antes.

Porque el bagaje es mayor y porque he reducido mis intereses literarios, pero también porque tengo tanta información del sector que estoy saturada. Me cuesta muchísimo encontrar un libro que me interese: por lo que cuenta, o por cómo lo cuenta. Paso semanas sin leer ningún libro de ficción. Dedicándome a lo que me dedico, me avergüenza. Pero la costumbre de acabar todos los libros, aunque no me convenzan, ha quedado atrás.

Aun así, siempre, después de muchos principios, acabo dando con el libro adecuado. El último, que me ha sacudido y me ha hecho pensar, lo tenía comprado desde hacía meses: 'Me llamo Lucy Barton'. Me lo recomendó la librera de L’Espolsada Llibres. No me llegó a ningún correo.

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