Una novela y dos horas

Ewan McGregor, que debuta como director de cine en 'Pastoral americana'.

Ewan McGregor, que debuta como director de cine en 'Pastoral americana'. / periodico

JORDI PUNTÍ

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Uno de mis actores favoritos, de esos que me llevan al cine, es Ewan McGregor. Y si tengo que hacer una lista de las mejores novelas de Philip Roth, seguro que saldría 'Pastoral americana', la disección de los años 70 en los Estados Unidos a través de un personaje tan memorable como Seymour Levov, el Sueco. Pero dos y dos no siempre son cuatro, en cuestión de gustos, y por eso aún no he ido a ver <strong>la adaptación de 'Pastoral americana' que dirige y protagoniza precisamente Ewan McGregor. </strong>La estrenaron hace poco, se puede ver en varios cines de Barcelona, pero <strong>si alguien no me la recomienda vivamente</strong>, no creo que vaya.

Digamos que no me fío. Cada vez es más difícil encontrar adaptaciones que pasen la criba reductora de las dos horas de película, y no me apetece dañar el buen recuerdo de una lectura. Al fin y al cabo, un guion a partir de una obra literaria no deja de ser una interpretación de esa obra, y el problema es que no siempre funciona la traducción en imágenes, la distancia justa entre el respeto y la osadía.

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Hace unas semanas, en el extranjero, vi dos películas recientes, no estrenadas aquí, que son ejemplos de este juego de lecturas. El director Ritesh Batra ha dirigido la adaptación de 'El sentido de un final', la novela de Julian Barnes, y es un desastre. La delicadeza del texto, la carga íntima y dramática de la historia, el peso del pasado, todo se pierde en el absurdo: el protagonista es presentado como un memo y los escenarios tienen un lujo de nuevo rico que lo banaliza todo. Uno sale del cine pensando que no leímos el mismo libro.

En cambio, el director Völker Schlöndorff ha estrenado 'Retorno a Montauk', a partir de la novela de Max Frisch, y se salva por el guion de Colm Tóibín. Los escenarios de Montauk, con la playa en invierno, también parecen catálogo de moda, y la química de los protagonistas no siempre funciona, pero Tóibín sabe transmitir la complejidad de las relaciones sentimentales del narrador, el retorno de un antiguo affaire amoroso, a través de unos diálogos bien pautados y libertad a la hora de contar la historia. Quizás no es el mismo libro que leí, pero reconozco en el film un aire de familia.