La simbiosis entre Rajoy e Iglesias

Su antagonismo los beneficia, pero la moción de censura de Podemos solo sirve para evidenciar la ausencia de una mayoría alternativa al PP

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ENRIC HERNÀNDEZ

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El aspirante no presidenciable y el presidente censurable han celebrado en el Congreso un duro pero educado duelo dialéctico igualmente fructífero para ambos. Pese al abismo idelógico que media entre Pablo Iglesias y <strong>Mariano Rajoy</strong>, tienen tan buena química que pueden fustigarse desde el estrado sin perder la compostura. El antagonismo entre el gallego tranquilo y el vallecano revolucionario les sirve para legitimarse ante sus respectivas huestes, sin correr riesgo  alguno merced a la muralla infranqueable que separa sus electorados. Tal es la simbiosis entre ambos.

Al líder de Podemos la americana 'casual wear'  le sirvió como traje institucional: de la "cal viva" y la pancarta a la muy canónica moción de censura, instrumento parlamentario que antes empleara la 'casta', tanto la socialista como la popular, para marcar perfil político pese a carecer de apoyos para que prosperara. Resultan impertinentes, por tanto, las críticas al "circo" podemita; quienes exigen a los advenedizos respeto a los cauces reglamentarios no pueden censurarlos cuando los acatan.

Cuando la metralleta de Irene Montero (29 años) agotó el arsenal de escándalos del PP,  Rajoy (62) tiró de su sorna levemente decimonónica para repeler los ataques. Al subir a la tribuna antes de lo que lo hiciera el propio candidato Iglesias, el presidente del Gobierno fijaba las reglas del combate: en ausencia de Pedro Sánchez, que sacrificó su escaño a cambio de recobrar el liderazgo del PSOE, vino a decirle al líder de Podemos: solo quedamos tú y yo, Pablo.

SIN HISTRIONISMOS

Así fue. Vacunado contra el histrionismo de otros lances parlamentarios, Iglesias impostó tono institucional --tal vez en exceso-- tanto en sus duros reproches a la derecha como al desgranar propuestas de Gobierno, apartado este que resultó episódico porque en verdad no aspiraba a investirse presidente, sino jefe de la oposición de izquierdas.Y ahí, más que en la esgrima dialéctica, radicó el amortizado fracaso del líder morado y la victoria, cuanto menos estética, del presidente: en la demostración empírica de que sigue sin haber una mayoría alternativa (y congruente) al PP en el hemiciclo.