Análisis
Recuperar la memoria
Estos días estamos haciendo un ejercicio colectivo que no puede acabar aquí. Hay que preservar algo más que una parte de la Modelo
La Modelo siempre me ha generado cierta atracción morbosa. Plantada en medio del Eixample, como una nave espacial misteriosa, una caja hermética donde habitan personas con vida de película. Hace un par de semanas pude entrar. Lo primero que me sorprendió fue que la gran puerta de madera de la calle de Entença, que imaginaba cerrada a cal y canto, estaba abierta. Detrás de ella, un patio de servicio con gente trabajando, carga y descarga, la normalidad y cotidianidad del día a día, nada extraordinario.
Al otro lado del patio, la sensación es radicalmente diferente. Todo se tiñe de color sepia, el color de las fotos antiguas y el tono de las puertas de hierro. El color que traslada al pasado de unas vidas rotas que algunos están pagando, el pasado histórico de una ciudad y un país y el pasado de un centro penitenciario que nació viejo.
UN OLOR ÚNICO A HUMANIDAD
Color sepia y un olor único. Dicen los funcionarios que ninguna prisión huele a humanidad como la Modelo. En el suelo pierdo la cuenta de las cucarachas muertas. Observo las ventanas pequeñas, las literas compartidas con desconocidos, los lavabos sin intimidad, las rejas. Ahora todo está vacío. Busco las pruebas que confirmen que allí ha habido vida. Los escudos del Barça en la mayoría de puertas, los carteles de “destino gaveteros” que distinguen las celdas de los presos que ayudan en el comedor, un calcetín en el suelo, un cepillo de dientes olvidado. Caminando por la galería llego a uno de los patios. Se ven perfectamente los balcones de los edificios vecinos. Qué duro vivir dentro y tener tan cerca otro mundo. Distinguir una luz de comedor, un tendedero con ropa, alguien hablando por el móvil en una ventana. La vida que pasa fuera y que se pierden los de dentro. Qué idílico debe parecer lo exterior cuando se vive entre rejas. Estar en plena ciudad pero no poder pisarla. El peor castigo.
La visita a la Modelo me descubre dos versiones. Una con más color. La que me cuentan algunos funcionarios. Se despiden con un punto de tristeza de su puesto de trabajo y defienden con nostalgia su profesionalidad en un entorno difícil. Dicen que la proximidad obligada y las dificultades han provocado un trato más familiar y humano con los presos. Lo sabían todo de los internos, lo que les pasaba, las duras historias que les han traído hasta aquí, sabían tratarlos, dicen.
LA CELDA DE PUIG ANTICH
Pero de nuevo vuelvo al sepia, o mejor dicho, al color negro. Vuelvo al pisar la celda 443, la de Salvador Puig Antich y la actual paquetería, donde lo ejecutaron. Las muertes, las torturas, los presos políticos, la droga, la enfermedad. Con el cierre de la Modelo hemos hecho memoria y pienso en Enric Pubill, presidente de la Asociación de Expresos Políticos del Franquismo, que murió este año. Un testimonio menos de un pasado que a muchos nos queda lejos. La memoria histórica es eso, recordar y explicar. Estos días estamos haciendo un ejercicio colectivo que no puede acabar aquí. Hay que preservar algo más que una parte de la Modelo. Hemos tenido que esperar a que la cerraran para poder entrar, no desaprovechemos la oportunidad para recuperar el edificio y la memoria que nos deja esta prisión.
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