Posverdad, posracismo y posdemocracia

El procès està entrando en la fase acusada de la polarización, esa zona de blancos y negros opuesta al pensamiento y a la razón

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Olga Grau

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Mariano Rajoy se transforma en las distancias cortas y se convierte en un político extrañamente afable y campechano que hace gala de la famosa retranca gallega. Esa transformación fue visible una vez más el pasado sábado, cuando después de pronunciar un discurso durísimo respecto a su posición sobre el conflicto catalán en la Reunió del Cercle d’Economia frente a empresarios y directivos, avanzó sonriente copa de vino tinto en mano por los jardines del hotel Melià de Sitges para darse un baño de empresarios con asistentes como Jordi Gual (presidente de CaixaBank), Artur Carulla (Agrolimen), Marc Puig (Puig) y Juan José Brugera (Colonial y Cercle), entre otros.

Rajoy les había instado en su conferencia a abandonar esa tercera vía, esa equidistancia, esa zona de grises en la que a menudo el ser humano resuelve los complejos conflictos que afectan a las consciencias. Rajoy parece no tener un plan sobre cómo evitar que se acabe convocando un referéndum unilateral en Catalunya, pero lo peor de todo, probablemente no sepa cómo actuar si eso ocurre consciente de que el uso de la fuerza sería letal políticamente. En Catalunya, las fuerzas a favor de la unilateralidad se están atrincherando y tampoco disponen de un plan ‘b’ más allá de dar por muerta la posibilidad de una consulta pactada.

Tras el boicot de los empresarios a <strong>Carles Puigdemont</strong>, a quien no le quisieron hacer preguntas tras su conferencia a pesar de que había mucho por preguntar, el presidente del Gobierno vio el terreno abonado para pedir al empresariado catalán que abandone la equidistancia. La sociedad se está polarizando y cuando eso sucede en la vida es sinónimo de que se acercan tiempos difíciles. La polarización es lo opuesto al pensamiento, a la razón, porque en esa zona de blancos y negros sin matices se olvidan y negligen las razones del otro hasta convertirlo en un desconocido cuando no en un molesto vecino con el que no se tomaría uno ni un café.

Vivimos tiempos de perversiones, de convertir y confundir realidades. La  alcaldesa de París, Anne Hidalgo, defensora por cierto de la candidatura de Pedro Sánchez a la secretaría del PSOE, se ha visto obligada a prohibir un polémico festival feminista solo para mujeres negras en la capital francesa. SOS Racismo salió en defensa de la decisión de Hidalgo frente a sus detractores con el argumento de que “el festival constituye un error, si no una abominación, porque se basa en la separación étnica y el antirracismo es un movimiento cuyo objetivo es posracial”. Es tan solo un ejemplo más de cómo se pervierte un objetivo legítimo por la conceptualización errónea de la via que se utiliza para defenderlo. Muchos no quieren plantearse si recurrir a la justicia constantemente puede no ser una señal de democracia, como tampoco puede no serlo el avanzar por caminos al margen de la ley cuando no se logra un objetivo político en un corto plazo. El malestar puede llevar fácilmente al posracismo, a la posverdad o a la posdemocracia. Y a algunos hasta les suena bien.