De banderas y pitadas al himno

Sábado de Copas: 'Spain is different'

Si en París y Londres hubo fiesta previa, los prolegómenos del Barça-Alavés resultaron un mal trago por el lastre de un pasado mal resuelto

'Estelades', en la grada del Vicente Calderón

'Estelades', en la grada del Vicente Calderón / periodico

ANTONIO FRANCO

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Las finales nacionales de Copa de fútbol no son simples partidos de cierre de campeonato. En los países occidentales se convierten en una gran jornada de fiesta y buen rollo, casi de afirmación colectiva de esos países y de complicidad entre ciudadanos muy diferentes. En ellas se desmiente esa tontería de que el deporte y la política tienen que ir drásticamente separados. Donde hay una pluralidad de personas siempre hay trasfondos políticos, y en todas esas finales de Copa eso trasciende explícitamente. Se disputa un partido, eso sí, pero en casi todas partes se ratifica aquello del más que, en este caso aplicado a una efemérides con mucho color sociológico.

El sábado vimos imágenes de tres de esas finales de Copa y en las tres se reflejaron ampliamente las diferencias sobre los rasgos de pertenencia. En Wembley antes de empezar el juego hubo profusión de banderas, con predominio de la que casi todos los británicos consideran propia. Existió una salutación sobre el césped del príncipe que presidía el encuentro en nombre de la reina, dando la mano, entre aplausos, a los jugadores y árbitros. Y el momento álgido fue el canto colectivo del himno a cargo de una solista junto al público.

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Los británicos tienen muchos problemas colectivos (el brexit, la aspiración secesionista de Escocia, el crecimiento de la desigualdad, la insistencia del terrorismo protagonizado por ciudadanos nacidos en el país...) que les preocupan mucho. Y los viven con apasionamiento y lógica división, de modo que cuando les toca votar se pelean democráticamente muy a fondo. Pero ante las imágenes de aquel prolegómeno tuve la sensación de que pese a las tensiones internas han sabido desarrollar algo esencial: viven en paz con ellos mismos.

BUSCAR ENTRE TODOS UNA SALIDA

En Francia, en el Parque de los Príncipes, tres cuartos de lo mismo: Macron dio la mano a los jugadores, las banderas, 'La Marsellesa' desde todos los pulmones. Y su trasfondo nacional es complicado: casi idéntico lo del terrorismo, un gran desconcierto ideológico por el ascenso de la ultraderecha y el hundimiento por putrefacción de los partidos tradicionales, una reforma laboral atragantada... Pero en el estadio, seguro que muy divididos por dentro, daban igual sensación de que, a trancas y barrancas, intentan buscar entre todos una salida hacia el futuro.

En Madrid, en el Barça-Alavés, el ambiente era distinto. Pasan los años pero lo que Franz Borkenau acertadamente calificó de 'El reñidero español' vive una prolongación –no bélica pero sí malcarada– de nuestros peores años. Para empezar, antes de entrar un filtraje de censura carpetovetónica a banderas que gusten o no tienen derecho --incluso legal, dicen-- a ondearse. Luego, preparativos y ejecución de una gran pitada a cargo de catalanes insatisfechos y vascos que no tienen bastante con lo que han conseguido, rodeado todo de juegos de manos para disimularla. A continuación, imposibilidad de cantar conjuntamente un himno sin letra ya que ese símbolo, junto con la bandera oficial, fueron apropiadas partidistamente por determinadas ideas excluyentes y en esas condiciones a muchos nos gustan muy poco. El palco, cargado de tensión, con caras sombrías esperando a que todo acabase cuanto antes.

ARISTAS ENCONADAS Y ENVENENADAS

Lo que en Londres y París eran unas fiestas aquí se vivió como un mal trago porque hay demasiadas cosas mal resueltas que se arrastran cargadas de malas inercias del pasado y que no se resuelven en el presente. Lastra mucho ese pasado que no logramos enterrar en paz quizá, entre otras cosas, porque aquí ni siquiera  se han podido enterrar en paz a muchos que fueron asesinados en las cunetas. Y, encima, el día a día actual tiene aristas igual de enconadas y envenenadas. Hubo muchos pitos (menos de los que habríamos oído si hubiera asistido Rajoy, ese presidente al que le gusta más el deporte que la política y que maneja la política como si fuese un lanzador 'amateur' de peso), porque la monarquía le cae mal a amplias capas de la población pero eso nunca se discute en el Parlamento... 

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En fin, que aquí no estamos en paz con nosotros mismos, y se nos nota hasta en la final de Copa. Hay tantas ganas de expresar cabreos de alguna manera cada vez que se puede, como ganas tiene el Gobierno de demostrar que manda, aunque sea en cosas curiosas. Como por ejemplo no llegar nunca al fondo de la corrupción galopante, sembrarnos de dudas sobre la independencia de los jueces, o hacerse el sordo/mudo/ciego ante el clamor generalizado de que o modernizamos la Constitución, nos pagamos las deudas pendientes y convertimos legalmente en normal lo que es  normal para la gente de la calle (como intentábamos hacer en los momentos más decentes de la Transición), o dentro de 20 años seguiremos teniendo unas malcaradas finales de Copa.