No hacía falta matarlo, ¡qué torpeza!
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
Ferran Monegal
Sabíamos que lo iban a echar de Cuéntame... (TVE-1), pero no que lo iban a matar. Estoy hablando de Miguel Alcántara, personaje clave, fundamental, de casi todas las 18 temporadas, 328 capítulos, de esta teleserie, y que ha interpretado con sublime excelencia Juan Echanove. Podían haber elegido otra fórmula, incluso mucho más cómoda para los productores, pongamos un viaje largo al extranjero, sine die, que les permitiera que en un futuro pudiera regresar. Han decidido otra cosa: le han asestado un golpe y le han partido el corazón. ¡Ah! Qué torpes, francamente. La audiencia no entendemos el porqué de esta precipitada defunción. Lo que sí sabemos es que ha sido a pesar de Echanove, que en declaraciones ya se ha quejado amargamente. El guion de este capítulo ha sido enormemente chapucero. Garbancera y cutre ha sido la historieta del secuestro de Diana, hija de Miguel, a cargo de un par de zopencos, risibles, rupestres, y de una comicidad pachanguera. Había que inventarse algo para que el corazón de Miguel estallase. Y les ha salido un secuestro de TBO. Lo único que ha tenido grandeza es su muerte. Recostado sobre una piedra del campo de Sagrillas, Miguel se muere en silencio. Lo importante se lo había dicho antes a su hermano Antonio (Imanol Arias) en un parador de carretera. Con un dolor profundamente desgarrado, le dice: «No puedo seguir viviendo así, Antonio, como un rico, con un chalé lleno de criados filipinos, con ese cochazo de rico, y teniendo más dinero que nadie... Que no joder, que no. Yo lo único que he sido es un obrero, ¡y a los obreros no les secuestran a sus hijas, Antonio!». ¡Ahh! Este momento, mano a mano, frente a frente, de Juan Echanove e Imanol Arias es el único gran repunte de calidad.
El entierro también ha sido una oportunidad desperdiciada. Aventan sus cenizas sobre el césped del estadio Vicente Calderón mientras suena por la megafonía el himno del Atleti. Hombre, con todas mis simpatías hacia este valeroso club de fútbol, las cenizas de Miguel debían haberlas depositado frente a la casa museo de Miguel Hernández, en Orihuela. Hubiera sido lo correcto tras escuchar a Antonio Alcántara, en el funeral, dedicarle a su hermano aquellos versos: «Quiero escarbar la tierra con los dientes (...), a dentelladas secas y calientes (...) compañero del alma, compañero». Qué gran error liquidar a Miguel-Echanove, y encima en capítulo tan torpe.
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