Pequeño observatorio

Tengo una Olivetti comprensiva

En manos de un experto, una máquina de escribir es una ametralladora sin errores

Josep Maria Espinàs, ayer, sentado frente a su máquina de escribir.

Josep Maria Espinàs, ayer, sentado frente a su máquina de escribir.

JOSEP MARIA ESPINÀS

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La especie humana es competitiva. Pero no tiene la exclusiva. Hay algunas especies animales que también luchan por ocupar un lugar en su ámbito. No soy filólogo y no sé si competencia significa que se domina una determinada materia o simplemente que existe una rivalidad. El hecho es que usamos la misma palabra, actualmente, para designar dos cosas diferentes: «Es un competidor competente», es decir, en otras palabras, un rival bien preparado.

Las librerías Nollegiu y Malpaso de Barcelona han organizado un desafío realmente curioso: unos escritores compitiendo con un arma histórica, una máquina de escribir Olivetti. Supongo que se trataba de ver quién golpeaba más teclas en un tiempo determinado, no quién escribía el mejor texto. La Olivetti convertida en ametralladora.

El ajedrez pide reflexión antes de mover ficha, mientras que los buenos mecanógrafos pican y repican las teclas a una velocidad fantástica, moviendo los dedos a ciegas. Las conexiones entre letras, dedos y teclas son un hecho sorprendente. ¿Cómo trabaja el cerebro?

De entrada, ya es notable cómo están distribuidos en el teclado los signos y las letras, que no parece que responda a una visible lógica. Los diccionarios dicen que la mecanografía es «el arte de escribir a máquina», pero quizá sería demasiado complicado detallar qué tipo de máquina. En manos de un experto, podríamos decir que es una ametralladora que no yerra nunca el objetivo.

Yo he escrito 90 libros y muchos miles de artículos con una vieja e incansable Olivetti portátil. Eso sí, sin haber aprendido nunca a teclear con una impecable precisión: a menudo pulso la D cuando quería pulsar la F. Eso no tiene remedio, pero me consuelo pensando que las teclas y yo podemos compartir nuestra libertad.

Cuando era joven, en casa había una Underwood que parecía un altar. Mi modesta Olivetti viaja conmigo y ya hace tiempo que me perdona todas las faltas.