Editorial

El AVE cumple un cuarto de siglo

La alta velocidad era en España una apuesta segura, luego desnaturalizada por los excesos de los años de la abundancia

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España se incorporó a la alta velocidad ferroviaria hace ahora 25 años. Un cuarto de siglo es un plazo de tiempo suficiente y oportuno para hacer balance, y, como sucede a menudo en los grandes proyectos, el resultado ofrece claroscuros. Aún hoy se discute, por ejemplo, si tuvo sentido que la primera línea se construyera entre Madrid y Sevilla (entonces a punto de celebrar la Expo) y no entre Madrid y Barcelona (en puertas de los Juegos Olímpicos). La explicación del Gobierno de Felipe González fue que, al empezarse la línea por el extremo meridional, se eliminaba el riesgo de dejar a Andalucía marginada de la red del AVE, peligro que, se decía, existiría en caso de construirse primero el tendido entre la capital de España y la de Catalunya y no poderse prolongar luego hacia el sur de la Península por falta de recursos. Una decisión política –como lo son muchas veces las relativas a las infraestructuras– que entroncaba con el propósito del PSOE de hacer de Andalucía «la California del sur de Europa».

Al margen de las dudas razonables, hoy, sobre el grado de cumplimiento de ese objetivo, priorizar el AVE a Sevilla en 1992 implicó en la práctica retrasar la llegada de la alta velocidad a Barcelona hasta el 2008, una demora escandalosa fruto tanto de la complejidad técnica del proyecto como del poco interés del Gobierno central en los años de José María Aznar. Por el contrario, fue en esa época cuando empezó a emitir desde el poder central la idea de AVE para todos, quintaesencia del clientelismo político con objetivos electorales. Eso es lo que explica que España sea hoy el segundo país del mundo en kilómetros de alta velocidad, 3.000, solo superado por China. Un exceso alimentado por los años de la abundancia y que el estallido de la crisis desnudó hasta deparar situaciones grotescas.

Si es posible obviar estas anomalías fruto de la grandeur a la española, el AVE ha confirmado que era una apuesta ganadora, sobre todo en el tramo más obvio, el Madrid-Barcelona, que ya ha superado el volumen de pasajeros del puente aéreo. Más allá del AVE hay que reivindicar el transporte ferroviario de cercanías y media distancia como una opción de futuro, sostenible ambientalmente y basada en criterios de eficiencia y rentabilidad social. Aunque a la vista de los despropósitos que se fraguan sobre los corredores ferroviarios de la Península no parezca haber hoy muchos motivos para el optimismo.