¿A quién pertenece el fútbol? Amaños, apuestas y fondos de inversión

Si el aficionado tuviera la certeza de que los partidos se amañan, el efecto sería similar al que produce en los niños saber que los Reyes son los padres

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JOSÉ LUIS PÉREZ TRIVIÑO

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España es diferente en muchos sentidos. Uno de ellos, la persecución de los amaños de partidos. En Italia, Alemania, Inglaterra y otras ligas, se han destapado escandalosos casos de fraude de resultados que han acabado en condenas sanciones deportivas ejemplares. En España, hasta el momento, ninguna. Solo recientemente se han tomado cartas en el asunto. Pero no por parte de todas las instituciones deportivas. La Liga de Fútbol Profesional está muy preocupada por el asunto y lleva un tiempo dedicando esfuerzos en la erradicación de cualquier sombra de corrupción que pueda afectar al fútbol profesional. Porque este es su ámbito de actuación, aquel en el que se mueven enormes cantidades económicas y donde la preservación de la pureza de la competición es de interés deportivo pero también económico. Si el aficionado corriente tuviera la certeza de que los resultados de los partidos de la Liga estuvieran amañados, el efecto sería similar al que produce en los niños el conocimiento de que los Reyes Magos son los padres. Se perdería la magia. Pero también se devaluarían los derechos de retransmisión televisiva, la venta de camisetas o el valor de los derechos de imagen. Adiós al negocio.

MÁS ALLÁ DE LOS MALETINES

Pero ¿qué ocurre en el fútbol no profesional, aquel que depende de la Real Federación Española de Fútbol? Que hay mucha menos vigilancia. Así se explica el reciente escándalo del resultado en el partido entre el FC Barcelona B y Eldense correspondiente a la Segunda División B. Ahora bien, el problema de los amaños tiene en la actualidad aspectos novedosos que agravan su amenaza respecto a la que existía hace algunos años con los famosos maletines a final de temporada. Sin duda alguna, pervive el principal aliciente para que unos futbolistas se dejen "comprar": la obtención de beneficios económicos. Y estos son sustanciales en las categorías modestas, pues los salarios que reciben los jugadores son muy inferiores a los de los grandes equipos de la Liga profesional por lo que son más fácilmente sobornables. Aunque parezca sorprendente, un jugador de Segunda B o de Tercera puede ser tentado con la obtención de cantidades ínfimas, pero que para ellos son suficientemente suculentas.

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Pero el problema de los amaños de partidos tiene una nueva dimensión con la progresiva mercantilización del fútbol: la aparición de las apuestas y de los fondos de inversión. En la actualidad, las apuestas no solo giran en torno al resultado final de un partido. Se apuesta y, por tanto, son objeto de eventual manipulación, los goles que se marcarán en la primera parte, los córners que se producen en cada encuentro, el número de faltas, etc. Y a medida que los distintos campeonatos de fútbol van llegando a la fase final de la temporada aumentan las cantidades invertidas, y por lo tanto, los alicientes para corromperse. No es extraño por ello, que sean las propias casas de apuestas las interesadas en que se persiga a los amañadores.

JUGADORES COMO MERCANCÍAS

Junto a las apuestas, otro factor que está distorsionando la integridad de la competición e incluso el propio sentido de los clubs de fútbol son los fondos de inversión. Esto es lo que ha ocurrido en el caso del Eldense y otros clubes pequeños que en aras de la supervivencia están cayendo en manos de no se sabe quién. Pero lo que si se sabe es que los fondos no persiguen el bien del club o de sus jugadores. Son empresas que persiguen rendimientos económicos y a corto plazo, por lo que no dudan en instrumentalizar a los clubes modestos para dar salida a las cantidades invertidas en los jugadores, a quienes suelen convertir en meras mercancías a la espera de un futurible agente o club comprador.