Ni a Ranieri se le abre el paracaídas
Albert Guasch
Periodista
ALBERT GUASCH
Claudio Ranieri va a tener que reformular una de sus sentencias más socarronas. “Ser entrenador en Italia es como el paracaidista que no sabe si el paracaídas se le va a abrir”.
Tampoco en Inglaterra, en la Premier League, existen las garantías de empleo duradero. Por muy placentero que haya sido el salto anterior, el técnico más reputado puede quedar hecho papilla en cualquier momento.
La destitución del simpático técnico italiano ha generado estupefacción y repudio en el aficionado inglés. Nadie más autorizado en este sentido que Gary Lineker, el más célebre de los seguidores del Leicester. “Imperdonable”, ha afirmado.
No hay memoria en el fútbol, clama la mayoría indignada. La misma verdad irrefutable que se escuchó por aquí tras los silbidos hacia Luis Enrique ante el Leganés.
PASTO DE CRÍTICAS
El fútbol británico mantenía aún la reputación de cultivar la paciencia. Arsene Wenger, 20 años en el Arsenal, daban testimonio de ello. Pero debe ahora convenirse que los ricos propietarios que han comprado la mayoría de clubs de la Premier se presentan con un saco de libras y otro lleno de prisas exasperantes.
Los tailandeses que gobiernan el Leicester son hoy pasto de críticas. Quizá nadie como ellos ejemplifican el alzheimer profundo del nuevo propietario. Les esperan malos días en la fea ciudad del centro de inglaterra. Ingratos es lo más suave que ya se escuchan.
Recientemente han visto decisiones en las que han podido inspirarse. Van Gaal fue campeón el año pasado de la Copa, pero no le libró de saltar del banquillo del Manchester United. Pellegrini ganó la Copa de la Liga, pero ya es historia en el Manchester City. Ahora rueda la cabeza del último ganador de la Premier, la primera de la historia del Leicester, posiblemente el acontecimiento más impresionante de los anales de la liga inglesa. Breves celebraciones.
"NO DEJES DE SONREÍR"
Se da la paradoja que el anterior campeón de la Premier, justo antes que Ranieri, fue Mourinho con el Chelsea. No pasó de diciembre en la temporada siguiente. Al menos Ranieri ha aguantado hasta febrero. No extraña que el entrenador portugués fuera de los más rápidos en saludar y solidarizarse con el italiano. “No dejes de sonreír, amigo”, le dijo.
Tanto Mourinho como Ranieri sucumbieron ante las maniobras entre bastidores de los futbolistas. Los cracks del Chelsea se mostraron hastiados con el portugués, se informó sobradamente entonces. Ahora parece que ha ocurrido algo similar con el italiano.
El vestuario se había distanciado de Ranieri, han explicado los diarios ingleses. Demasiados cambios tácticos; alineaciones que les resultaba incomprensibles; tirantez crecientes en las relaciones. El equipo se encuentra a un único punto de la zona de descenso y el cuento de hadas del Leicester se ha tornando este año en un drama de traiciones.
Ninguno de los jugadores encumbrados hace menos de un año han rendido al nivel que se les presuponía por sus salarios mejorados. Pero el primer perdedor ha sido el entrenador. Han ganado los jugadores. Como siempre. Otro paracaidista que ha saltado al vacío. Su cadáver yace desparramado. Le sustituirá un tal Craig Shakespeare. Pero el de Ranieri no ha sido un final poético.
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