LOS EFECTOS DE LA TECNOLOGÍA DIGITAL

La conversación como anacronismo

Cuanto más digital sea nuestro mundo, más valor otorgaremos a las experiencias no mediadas

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MARÇAL SINTES

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En la calle donde crecí los vecinos ya no sacan las sillas al aire libre para charlar. Para los niños, poder mezclarnos con los adultos y escuchar aquellas conversaciones era algo mágico, fascinante. Hay algunos pueblos donde en verano todavía lo hacen, pero estoy convencido de que para muchas personas, sobre todo para los jóvenes jóvenesde las grandes ciudades, la idea de coger una silla y sentarse en la acera a hablar de todo y de nada les parecerá absurda, un puro disparate. 

Robert D. Putnam repasaba, en un libro que en su momento hizo hueco, las actividades que hacíamos antes juntos, en grupo, y que hemos ido dejando de hacer. 'Bowling alone' intentaba determinar, a partir del caso de Estados Unidos, por qué hemos perdido parte de lo que se ha llamado 'capital social'. Según Putnam, habría aflojado nuestra inclinación a relacionarnos con los demás y estrechar los vínculos comunes, reforzando las comunidades a las que pertenecemos. Nos estaríamos orientando más hacia lo individual en detrimento de lo colectivo. 

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POSIBILIDADES INFINITAS

Desde entonces, hemos asistido al estallido de la Web 2.0. y, en concreto, de las redes sociales. Las infinitas posibilidades que nos brindan nos están cambiando la vida en todas y cada una de sus esferas, y lo están haciendo no de una manera episódica o superficial, sino de una forma permanente y profunda. Tanto que, desde mi punto de vista, no seremos capaces de entender la verdadera dimensión de esta transformación que estamos viviendo hasta dentro de mucho tiempo.

Las tecnologías digitales nos ofrecen poder hacer cosas que antes resultaban inimaginables, inequívoca ciencia ficción. El mundo que se nos abre y se continuará abriendo ante nuestros ojos es fascinante. No obstante, como en todo, existen contrapartidas, aspectos menos claros, peligros evidentes.

PELIGROS EVIDENTES

Uno de ellos es la mutación que está produciéndose en la forma como nos relacionamos con los demás. No es poco. Solo hay que recordar que si somos lo que somos, es porque nos relacionamos con nuestros congéneres. Dicho de otro modo, no es solamente que los humanos seamos seres sociales, sino que 'somos' porque somos sociales. Lo llevaré al extremo para que se entienda mejor: un hombre o una mujer que nunca tuviera contacto con ningún otro humano sería un ser muy diferente de lo que entendemos por persona. 

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Sobre lo que (nos) está pasando han reflexionado no pocos expertos. Justamente, acaba de publicarse la traducción al castellano del último libro de Sherry Turkle, profesora del Massachusetts Institute of Technology, 'Reclaiming Conversation'. La conclusión de la gurú neoyorquina es que a través de las tecnologías establecemos pseudoconversaciones con los demás (sin vernos ni tocarnos, al ritmo sincopado de los 140 caracteres) y pseudorelaciones (las amistades 'de Facebook), sucedáneos de las conversaciones y las relaciones 'reales'. Una de las razones para la hiperconexión, apunta, no sería otra que huir de nosotros mismos. Evitar estar solos.

Entre las consecuencias estaría la pérdida de empatía. Y, también, el debilitamiento de los vínculos, la pérdida de capital social personal. El móvil nos permite la conexión perpetuamóvil , es decir, tener la sensación de no estar nunca solos. Y interactuar con los demás a distancia, protegidos por el celofán digital, sin los problemas, los compromisos y los peligros de estar frente a frente.

La conversación -base de la amistad y el amor, pero también de los negocios, la educación o de la democracia- se ve amenazada por la irresistible atracción que los móviles y el resto de pantallas ejercen sobre nosotros (una encuesta señalaba en 2013 que el 20% de las personas de entre 18 y 34 años contestaba el teléfono mientras mantenía relaciones sexuales). Hoy en día todos sabemos cómo 'engancha' la tecnología, en especial aquellos que tenemos hijos, sean pequeños, medianos o grandes.

UN LUJO

La profesora Turkle ha lanzado un llamamiento para recuperar la conversación. Quizá no inmediatamente, pero es posible que tenga éxito. Personalmente, sostengo que, cuanto más digital sea nuestro mundo, más valor otorgaremos a las experiencias no mediadas: se trate de ir a ver una exposición de pintura (no imágenes de cuadros en el móvil) o de hacer tertulia con unos cuantos amigos. Incluso puede que se conviertan en una especie de lujo.

En la vida y en la historia las cosas van y vienen. Son ondulantes, como repetía Josep Pla citando a Montaigne. Es posible, pues, que las parejas que hoy son capaces de estar durante todo un almuerzo sin decirse nada porque están concentradas en vigilar y teclear en el móvil -lo presencié hace muy pocos días-, finalmente decidan mirarse de nuevo a los ojos y compartir lo que llevan en la cabeza y el corazón.