Editorial
Trump cumple las amenazas a México
El muro fronterizo dinamita las relaciones entre ambos países y creará inestabilidad política y social al sur de EEUU
Pocos políticos manifiestan tanta celeridad en la realización de sus promesas electorales como Donald Trump. En menos de una semana, haciendo uso y posiblemente abuso de la firma de las llamadas órdenes ejecutivas, ha ido socavando el legado que dejó Barack Obama y barriendo los principios sobre los que tradicionalmente se ha asentado la gobernación en Estados Unidos. Ayer era el día de cumplir lo que durante su campaña fue un eslogan que repitió hasta la saciedad, Levantaremos un muro, el muro con el que quiere impedir la llegada de inmigrantes indocumentados desde México. Además, quiere imponer un veto y la suspensión de visados para refugiados de seis países de Oriente Próximo.
Entre México y EEUU ya existe un muro de más de mil kilómetros. Trump quiere ampliarlo a los 3.000 que tiene la frontera, y en el pasado anunció que sería México quien correría con el gasto. Con esta propuesta ya ha dinamitado las relaciones con el país vecino, operación que empezó cuando, antes de llegar a la Casa Blanca, logró que empresas del automóvil de EEUU renunciasen a sus plantas de producción en el sur. El potencial perturbador de Trump aparece en toda su crudeza en este caso. El presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, incapaz de hacer frente al acoso del norte, está alcanzando las peores cotas de popularidad, y eso se va a traducir en inestabilidad política y social en un país donde los equilibrios son muy frágiles.
Ni Trump ni los demás populistas de todo el mundo entienden que los muros no frenan la llegada de inmigrantes y refugiados en busca de un futuro, ni que las prohibiciones hacen más peligrosos los intentos de entrar, ni que los vetos son un maná para los traficantes de personas. El presidente de EEUU y sus afines tampoco entienden –y eso que la historia lo demuestra– que las sociedades que prosperan son las abiertas, no aquellas que viven replegadas en sí mismas. De haber existido en EEUU una política migratoria tan restrictiva como la que quiere imponer Trump, una pareja de Kallstadt (Alemania) y una mujer escocesa no podrían haber entrado en aquel país, y su nieto e hijo, respectivamente, no ocuparía hoy la Casa Blanca. Ni un informático visionario de origen sirio como Steve Jobs hubiera podido convertir a EEUU en adalid de una revolución tecnológica de alcance global.
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