Assumpta García Carceller: "Esta casita guarda historias tristes"

Ella y su casa han resistido a los zarpazos de la vida y de las excavadoras. Ejemplos de entereza.

«Esta casita está llena de historias tristes»_MEDIA_1

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Núria Navarro

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Al principio de la Rambla del Poblenou, pegada a los bloques Túpolev, hay una casita color arena de 1890. Erguida, resiste a los zarpazos de las excavadoras que allanan el camino al 22@ en construcción. Es una casita como la del abuelo de 'Up'En ella vive desde siempre Assumpta García Carceller, una mujer corajuda de 87 años que ha encajando grandes reveses (la mayoría entre esas paredes). Su salvación, asegura, fue enrolarse en las filas de los testigos de Jehová.

Su historia está ligada a esta casita. He crecido aquí y de aquí no me iré. Está llena de historias tristes.

¿Muy tristes? Mi madre la alquiló en el 36 para que mis abuelos vinieran de Villarluengo (Teruel), cuando caían las bombas. Era una casa en medio de un campo abandonado. El piso de arriba se hizo para cuando volviera de la guerra mi padre, que marchó al frente con la quinta del biberón.

¿Regresó? Le contaré esa historia. Mi madre, que había venido a Barcelona a servir como pinche de cocina de los Calvell, regentaba una casa de comidas en la calle de Taulat. Alivió el hambre a muchos y, de la captura que un pescador le traía cada día, reservaba el pescado blanco para un alto mando militar. Un día se atrevió a pedirle un salvoconducto para recuperar a mi padre. El hombre lo intentó, pero no daba con él. La esposa del militar le dijo a mi madre que no llorara, que no era la única que lo reclamaba.

¿Quién más pedía su vuelta? Al salir de la residencia del militar, mamá me mandó a casa y fue a ver a una tiradora de cartas. Le dijo que una mujer rubia vendría, se convertiría en la 'mestressa' y pondría a las niñas en un colegio. Era la fulana de mi padre, Dolores, la comadrona que nos había traído al mundo a mi hermana y a mí. Del disgusto mi madre se quedó en 38 kilos.

¿Era verdad? A los cuatro meses acabó la guerra y mi padre apareció tan pancho. No lo encontraban porque había pasado al bando nacional y estaba de cocinero en un campo de concentración. No negó que se carteaba con Dolores. Mi madre le dijo que se llevara todo menos a sus hijas. Con 11 años ya me puse a trabajar en un molino de maíz.

¿Su matrimonio fue mejor? Me casé a los 18 años con un empleado de Renfe de Lleida al que no podía ni ver, pero mi madre valoró su trabajo en la Estació de França y me dijo: "Casaros". No supe ver que era alcohólico. Bebía mucho. Cuando le oíamos venir, mis tres hijos y yo nos escondíamos en la habitación y escuchábamos cómo daba traspiés.

¿Muchos años de matrimonio? 60. En 1949 llamaron a la puerta y me dieron un librito con un despertador dibujado.

¿Los testigos de Jehová? Sí. Polemicé tres años con ellos, hasta que me puse a leer la Biblia y vi que la palabra de Jehová era un bálsamo. La leía a escondidas porque él me lo tiraba todo.

Difícil vivir así. Un día de Reyes él volvió de un bar con una tajada tremenda y ya no solo se metió conmigo, sino también con mi hija. Saqué fuerzas y le dije: "Coge tu ropa y vive la vida como quieras, pero los niños no volverán a ver esto nunca más". Él buscó a los testigos de Jehová, dejó de fumar y beber y cumplió con su trabajo. Nos bautizamos juntos en 1963. Aquellos tres años que estuvo limpio fueron los más felices de mi vida.

¿Recayó? Sí. Murió hace siete años y ahora soy la viuda alegre. Hago ganchillo, canto, la puerta está siempre abierta a los vecinos. Pago un alquiler simbólico y el ayuntamiento, que es el propietario del suelo, lo respeta. La lástima es que el Poblenou no es el que era. La humanidad no es la que era.