Editorial

La grave crisis política de Brasil

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La crisis política que atenaza el Gobierno de Dilma Rousseff se agrava por momentos. El nombramiento de su antecesor, Lula da Silva, como ministro de la Presidencia cuando este está acusado de fraude y blanqueo de capitales por el escándalo de corrupción vinculado a la gran empresa Petrobras ha movilizado a la magistratura, y un juez lo ha anulado de forma cautelar escasas horas después de que prestara juramento. La designación ya había desatado las manifestaciones de protesta más masivas vistas en Brasil. Los ciudadanos entienden que esta entrada en el Gobierno de quien fue su idolatrado líder no es más que una forma poco ética de intentar librarse del cerco judicial al que le somete el juez Sérgio Moro, que investiga el caso de corrupción. Con una cartera ministerial, Lula pasaría a ser aforado de modo que solo podría ser juzgado por el Tribunal Supremo de quien estima una benevolencia mayor de la que cabría esperar de un tribunal ordinario.

Hay, además, otra razón que explica esta repentina entrada de Lula en el Gobierno. También es poco edificante ya que revela la profundidad de la crisis política. Rousseff puede estar a un paso de su destitución como presidenta y la presencia del líder del Partido de los Trabajadores en el Ejecutivo permitiría mantener vivo este Gobierno que tiene ahora una gran fragilidad y al mismo tiempo enderezaría la economía del país sumida en una profunda crisis apenas imaginable en los tiempos en que el expresidente regía los destinos del país entre el 2003 y el 2010.

Brasil, un país de grandes desigualdades, había podido presentarse ante el mundo como un ejemplo de éxito siendo uno de los países emergentes que marcaba el paso de aquel grupo de estados en pleno ascenso económico. Artífice de aquel crecimiento y del recorte de la brecha social fue Lula, quien además ejemplificaba las posibilidades de futuro y de ascenso social en Brasil. Era el obrero metalúrgico que por méritos propios había llegado al palacio presidencial del Planalto. Pero aquel despegue no resistió la crisis global y la caída del precio del petróleo. Hoy Brasil es un país dividido, con una calle que cada vez adquiere mayor protagonismo y que se siente engañada. Que Lula esté acusado de corrupción e intente refugiarse en un ministerio para protegerse no hace más que añadir leña al fuego de la decepción convertida ya en ira popular.