Ballesta, un incomprensible ridículo

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Dijo una vez en sus años de exilio el que sería primer presidente de la Generalitat restaurada, Josep Tarradellas, que en política «se puede hacer todo, menos el ridículo». Obviamente, en estos casi 40 años de democracia hemos asistido a muchas situaciones en las que políticos han desoído al president. El último que se ha ganado el reproche es el nuevo alcalde de Girona, Albert Ballesta. Para empezar, su elección ya fue peculiar -tuvieron que renunciar 18 candidatos de la lista de CiU-, lo que dejó perpleja a una parte de la ciudadanía y de los propios votantes. Nada más llegar tuvo que repetir el acto de promesa porque utilizó una fórmula no homologada. Pero la gota que ha colmado el vaso y se ha llevado por delante los famosos cien días de gracia ha sido el enredo en la aprobación de su sueldo y del nuevo cartapacio municipal. Intentó una alianza contra natura con Ciutadans y el PP con el único fin de arañar unos miles de euros para su nómina. Un movimiento que no puede tener otra explicación política que su voluntad de marcar distancias personales con quienes son los aliados de su partido, ERC y la CUP, a escala catalana. Ballesta no parece darse cuenta de que es el sucesor en el cargo del actual presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, lo cual lo sitúa, justa o injustamente, en el ojo del huracán. El episodio es ridículo y la actitud de Ballesta es incomprensible, lo cual obliga a su partido a exigirle un giro radical en el talante que ha exhibido en sus primeros actos como alcalde.