MI HERMOSA LAVANDERÍA
'Transparent'
Isabel Coixet
Directora de cine
ISABEL COIXET
En la primavera del 2011, la escritora y guionista Jill Soloway recibió una llamada de su padre: este había decidido renunciar a su identidad masculina y empezar una nueva vida como mujer. Tenía 75 años. Ni la escritora ni su hermana jamás sospecharon que su padre nunca se había sentido cómodo vistiendo, siendo y comportándose como un hombre. Ni un solo momento este había dejado traslucir que el deseo que albergaba desde niño era ser, física y mentalmente, una mujer. Un año después, Jill Soloway empezó a escribir los primeros guiones de una serie que acaba de terminar su segunda temporada y que, para mí, es la serie que, junto con 'Girls' –con la que comparte también a la fantástica actriz Gabby Hoffman–, mejor explica la compleja vida de las familias y las relaciones humanas de este siglo.
Hay algo sumamente emocionante en 'Transparent' que empieza en los títulos de crédito: el nombre de la serie aparece sobre imágenes de los años 20, 50 y 60 de hombres y mujeres travestidos. Ya en ese momento, con fragmentos de películas 'amateurs', empezamos a darnos cuenta de por dónde van los tiros: bajo las sonrisas, las muecas extravagantes, el histrionismo, asoma una tristeza profunda, años de ocultación, de burlas, de secretos, de angustia. 'Transparent' consigue con un puñado de imágenes y situaciones que nos pongamos directamente en la piel de los otros, aquellos que han visto que se les asignaba un género que no comparten, en el que no se sienten bien. Y eso subyace también en el gran hallazgo de esta serie: el inmenso actor Jeffrey Tambor. Hacía muchísimo tiempo que no veía una interpretación tan rica y llena de matices como la de este hombre interpretando a Maura: la padre/madre de esta familia disfuncional que, en el fondo, es más normal de lo que parece. Cada gesto, cada mirada, cada movimiento, cada paso revela el mundo de un hombre que jamás se ha sentido cómodo en su piel. En cada uno de los capítulos, su personaje crece, se hace más complejo y más humano.
No es solo en los grandes enfrentamientos con su exmujer, con sus hijos o con su compañera de piso: Jeffrey Tambor brilla en instantes nimios, cuando se mira furtivamente en el retrovisor, cuando se recoge el pelo o cuando percibe las miradas de desprecio de alguien en una fiesta. Uno de los capítulos de la segunda temporada acaba con un plano que en manos de otro actor y otro director hubiera sido absolutamente banal: en una discoteca, Jeffrey Tambor se acerca a un espejo y extiende su mano hasta tocarlo con la mirada, el asombro y la inocencia de un niño de 7 años que acaba de descubrir quién es, qué es. No suelo engancharme a las series, pero debo decir que he tenido que racionarme los capítulos de esta última temporada para no verlos todos de una sentada, que es lo que me pedía el cuerpo. Y no es que quiera saber con ansia lo que les pasa a los personajes, es que me gusta, simplemente, verles vivir.
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