'Charlie' y la lucha contra el terrorismo

JOSÉ A.SOROLLA

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Francia recuerda este jueves el primer día del año trágico en el que el terrorismo yihadista se volvió contra un país que hasta entonces se había librado relativamente del horror que habían conocido ya Estados Unidos, España y el Reino Unido. Francia era, por razones sociales y políticas, una diana fija en el punto de mira del terror y extrañaba que el terrorismo islamista no hubiera cometido aún un atentado de envergadura. Ese primer objetivo fueron el semanario 'Charlie Hebdo', con el balance de 12 asesinatos, y la toma de rehenes en un supermercado judío. Dos de las obsesiones de los yihadistas: la irreverencia protegida por la libertad de expresión y el antisemitismo. Un año después, 'Charlie' rememora el atentado con un número en el que ya no son Mahoma o Alá los protagonistas, sino el Dios de los cristianos, una elección discutible, que ha propiciado interpretaciones en las redes sociales que reprochan al semanario una supuesta rendición ante el yihadismo, pero que en el fondo no hace sino reafirmar su línea editorial laicista y crítica con todas las religiones.

 No solo ha cambiado la portada. Un drama de tal magnitud siempre deja secuelas de todo tipo. En este año, ha habido discrepancias entre los supervivientes, ha cambiado parte del equipo y se han producido abandonos. Pero lo más relevante es que, como sabemos desde el 13 de noviembre, el atentado contra 'Charlie' no era más que el trágico preludio de una matanza mayor, la de los atentados en la sala Bataclan y en las cafeterías cercanas, en los que murieron 130 personas. La pregunta fue entonces inevitable: ¿se había hecho lo suficiente desde enero para impedir el 13-N? La interrogación es tan legítima como imposible de responder. Siempre es posible hacer más, pero es muy difícil impedir que maten terroristas dispuestos a morir.

 La magnitud de la tragedia de noviembre sí que desencadenó una respuesta algunas de cuyas medidas centran ahora el debate político. En su discurso ante el Congreso tres días después de los atentados, François Hollande anunció la extensión del estado de emergencia, un aumento de plazas en las fuerzas de seguridad y una reforma constitucional, que incluiría la retirada de la nacionalidad a los franceses de doble nacionalidad condenados por terrorismo aunque hubieran nacido en Francia.

Propuesta por Sarkozy

Algunas medidas anunciadas en plena conmoción, como la de implantar un brazalete electrónico a todos los fichados por sospechas de terrorismo, han sido abandonadas, pero la de la retirada de la nacionalidad se mantiene y ha levantado una gran polémica. Impulsada en principio por la extrema derecha, fue rechazada por Hollande y Manuel Valls por ser contraria a los valores republicanos cuando la propuso Nicolas Sarkozy en el 2010. El presidente y el primer ministro, sin embargo, la justifican ahora con gran escándalo entre parte de la izquierda y el silencio complaciente de la derecha, que apoya la iniciativa, pero contempla con regocijo cómo se pelean sus adversarios.

Los críticos aducen que la medida es discriminatoria –solo se puede aplicar a una parte de los franceses--, cuestiona el derecho de suelo, es ineficaz en la lucha contra el terrorismo por su escasa repercusión y además es inútil: qué le importa que le retiren la nacionalidad a un terrorista que está dispuesto al suicidio. Es un ejemplo perfecto de hasta qué punto pueden los dirigentes políticos equivocarse en el combate antiterrorista.