Los SÁBADOS, CIENCIA

Identidad individual, identidad colectiva

La evolución tecnológica facilita lo personal por encima de lo general, al contrario que la evolución natural

JORGE WAGENSBERG

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La evolución es una historia de sobrevivencia. Y he aquí uno de sus trucos más recurrentes: diferentes individuos se organizan para formar una nueva individualidad más eficaz y mejor dotada a la hora de lidiar con la incertidumbre del entorno. En un principio, el precio a pagar puede parecer muy alto, porque los individuos renuncian a buena parte de su identidad y se cohesionan entre sí para definir una nueva identidad colectiva que ayude a sobrevivir. Lo colectivo le discute entonces la prioridad a lo individual. Es un fenómeno omnipresente desde los primeros agregados de bacterias hasta los colectivos humanos.

Las individualidades colectivas se pueden clasificar según la intensidad de la interacción que amalgama a los individuos. En orden de interacción creciente se pueden citar, por ejemplo, la manada, la sociedad de insectos y el mismísimo organismo pluricelular. El individuo vivo mínimo es la célula, y durante miles de millones de años solo existió vida en forma de células sueltas. Pero cualquier organismo pluricelular es una individualidad formada por un número astronómico de células. El cuerpo humano, por ejemplo, es una individualidad de 37 billones de células y contiene unos 100 billones de microorganismos, casi todos ellos bacterias. Es decir, un ser humano es una individualidad formada por más individuos que estrellas tiene una galaxia, aunque, eso sí, en íntima interacción mutua.

La evolución natural muestra, pues, una fuerte tendencia que va de lo individual a lo colectivo. Curiosamente, en la evolución tecnológica asoma la tendencia opuesta, la que va de lo colectivo a lo individual. El reloj, por ejemplo, pasó de no existir a existir para uso colectivo (en lo alto de la torre de una iglesia y en el centro del pueblo o del barrio…). Luego el tamaño del colectivo se ha ido reduciendo, y así aparece luego el reloj doméstico de uso familiar y, finalmente, el reloj individual de pulsera. Para consultar la hora primero había que dar un paseo, luego solo unos pasos y ahora apenas un gesto.

Suena contradictorio, pero la higiene individual empezó siendo colectiva, como los baños o las letrinas públicas en Roma. También aquí el tamaño del colectivo se ha ido reduciendo. Los servicios para toda una localidad pasaron a ser para un conjunto de viviendas próximas, y de ahí para uso unifamiliar. La habitación de hotel con baño privado hace ya tiempo que no es un lujo sino una exigencia innegociable, incluso en los hoteles más modestos.

La verdad es que todo eso ya está empezando a ocurrir también con el teléfono móvil, pero en general se puede decir que los amigos llaman por el móvil y que por el fijo llaman los intrusos. En una conversación por el teléfono móvil pueden estar interesados los dos interlocutores. En una conversación por el teléfono fijo solo suele estar interesado el que ha llamado, mientras que el que ha descolgado se arrepiente con fastidio de haberlo hecho.El cine, la televisión y las comunicaciones sirven como tercer ejemplo. De la gran pantalla colectiva de las primeras salas se pasa a la pantalla mediana de los multicines, y de esta a la minipantalla de la tableta individual. De acudir al bar o al teleclub para ver la televisión se pasa al sofá frente al televisor familiar o a verla en un aparato personal en la propia habitación. ¿Y el teléfono? De la centralita del barrio se pasa al teléfono fijo doméstico, y de este al teléfono personal que todos llevamos en el bolsillo. El teléfono fijo agoniza humillado en un rincón de la casa. Para empezar, ya ha cambiado la forma de conversar. En uno fijo se arranca con la pregunta «hola, ¿está fulano?», mientras que en uno móvil lo habitual es «hola, ¿dónde estás?». El teléfono fijo se usa cada vez menos para llamar, pero sobre todo se usa cada vez menos para contestar. Ocurre que el número del teléfono doméstico es mucho más fácil de averiguar que el de uno móvil. Por el fijo casi solo llaman desconocidos que proponen gangas. Y cuidado con demostrar impaciencia, no sea que el desconocido interlocutor se enfade y nos afee nuestras excusas como poco racionales. El teléfono fijo no da su brazo a torcer. Si nos quejamos de que estamos ocupados, entonces la siguiente pregunta es: «¿Y cuándo le irá bien que le llame entonces?». La respuesta «por favor, no me llame nunca» suena grosera, pero es la única con posibilidades de zanjar la cuestión.

Un ser humano es un animal social que se debate también, permanentemente, entre una única identidad individual y varias identidades colectivas: de barrio, ciudad, club, tribu, clan, nación, religión… Pensar, lo que se dice pensar, es una facultad de una mente, no de media mente ni de mente y media. Pero la buena armonía entre lo individual y lo colectivo sigue siendo la clave, nunca resuelta, para la convivencia humana.