Análisis
Machismo salvaje y consentido
Revisemos a fondo qué es la masculinidad misógina y decidamos castrarla entre todos
Xavier Martínez-Celorrio
Profesor de Sociología de la Universitat de Barcelona.
XAVIER MARTÍNEZ CELORRIO
En España, los cuerpos de seguridad protegen de forma directa a 25.821 mujeres y custodian a otras 51.143 mujeres víctimas de violencia de género. Es la punta del iceberg, puesto que se trata de las mujeres que han dado el paso de denunciar. La violencia de género soterrada o invisible llega a afectar a dos millones de mujeres. Es un problema colosal de machismo popular y expandido que, ni de lejos, recibe el tratamiento mediático, cívico y político que recibió en su día el terrorismo etarra. No solo eso, sino que algunas firmas de la prensa española se atreven a banalizar el machismo o dudar de las mujeres que denuncian. Deplorable.
Hay casos flagrantes como el de Sara Calleja en León, que acabó suicidándose este 11 de julio después de poner 19 denuncias, pasar por tres juicios y dos órdenes de alejamiento quebrantadas que se saldaron con nueve meses de cárcel para el agresor. A estas alturas, en muchas prisiones ni existen programas de rehabilitación. ¿Cuál es la función, entonces, de la prisión para los maltratadores? Ser la escuela del machismo, el resentimiento y la misoginia. Se nos dice que se han reformado los dispositivos penales, policiales y de amparo a las denunciantes, pero está claro que falla todo el sistema desde arriba y desde abajo.
Todos los maltratadores son reincidentes, agresivos, celosos e inseguros que primero degradan y anulan a sus mujeres para, al final, matarlas para sentirse los más machos del corral. No son hombres, son bestias que toda la sociedad consiente y ampara porque los códigos de la cultura patriarcal siguen vigentes y son compartidos. Su barrio y el vecindario conocen la situación, y de hecho cualquiera podría denunciarlos, pero la pequeña comunidad prefiere callar y no entrometerse, consintiendo con su inacción que esos machos sigan haciendo de las suyas. No son las mujeres las que tienen que liderar la respuesta, son los hombres de su mismo barrio y entorno los que no dan el paso al frente ni quieren neutralizarlos. ¿Para qué, si los más machos son el referente televisivo y de poder?
Vivimos tiempos de regresión social y retradicionalización, bien asumida y consumida por los más jóvenes, alimentada por la telecultura basura, las políticas conservadoras que eluden la igualdad plena entre hombres y mujeres y un aparato judicial neofranquista que ampara la desigualdad de género. La telecultura basura no hace sino exaltar la imagen de los machos educados en gimnasios, hormonados y machistas orgullosos de su analfabetismo y su paquete. A la vez, vende una imagen sexuada e inferiorizada de la mujer que acaba siendo normalizada e, incluso, idealizada entre los más jóvenes. La ideología patriarcal más reaccionaria sigue viva y legitimada. En el 2007, el Tribunal Supremo español dictaminó que educar por separado a niños y niñas en la escuela no es discriminatorio. Escandaloso.
No puede consolarnos que Finlandia lidere el ranking de países con más violencia de género. No podemos callar hasta la próxima. Revisemos a fondo qué es la masculinidad misógina y decidamos castrarla entre todos. Siendo los hombres los primeros en hacerlo.
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