Los SÁBADOS, CIENCIA
Una mujer llamada Noether
La matemática alemana hizo aportaciones fundamentales a la ciencia pese a tener un entorno hostil
Jorge Wagensberg
Facultad de Física de la Universitat de Barcelona
JORGE WAGENSBERG
Un físico puede extasiarse ante la escritura de una ley fundamental de la naturaleza. Por dos cosas: por la inteligibilidad de su contenido y por la belleza de su lenguaje. Ambos aspectos tienen que ver con una reducción, con la compresión de comprimir, que es también la comprensión de comprender. La segunda ley de Newton, por ejemplo, solo maneja tres magnitudes y un signo de igualdad: la fuerza es el producto de la masa por la aceleración. Y el gozo intelectual radica en que solo cuatro símbolos explican un número indefinidamente grande de movimientos: manzanas y peras cayendo de un árbol, en Europa y en Asia, en el neolítico o dentro de mil años, tanto si se trata del vuelo de una mariposa o del sistema solar dentro de la galaxia… Algo similar ocurre con la matemática, aunque esta no aluda al mundo real sino a elegantes formas y estructuras creadas por la mente humana. Algunos teoremas, a caballo entre la física y la matemática, son capaces de hacer saltar las lágrimas a cualquiera.
Una tarde ya lejana de mi formación en la Universitat de Barcelona me quedé estupefacto con un teorema que había quedado escrito en la pizarra. La conservación de la energía, un sólido principio de la mecánica, se deducía de una idea sutil y poética: la homogeneidad del tiempo. En efecto, si imponemos que todos los segundos son iguales (algo, por cierto, muy sensato si no queremos echarle la culpa del cambio al simple discurrir del tiempo), entonces concluiremos que la energía no se gana ni se pierde. Me fui a casa embelesado. ¿Cómo es que tal hermosura no tenía nombre? ¿Quién la había descubierto? No tardamos en enterarnos: de las propiedades del espacio y del tiempo surgen todos los principios de conservación. ¿De quién eran los dos teoremas más bellos y profundos de la física matemática? Resulta que sí tienen nombre, claro que lo tienen: son los teoremas de Noether. ¿Pero por qué el libro no menciona a Noether? Pocas cosas estimulan más la curiosidad que un secreto.
Una sociedad severamente misógina
Primera sorpresa: Emmy Noether era una mujer nacida en 1882 en una sociedad severamente misógina. Mala suerte. Noether, que tanto profundizó en la comprensión del espacio y del tiempo, no acertó con el instante y el lugar que eligió para vivir. Perteneció a una familia de tradición judía en el seno de la sociedad que acuñara el término 'antisemitismo'. Pero no contenta con ello, fue una pacifista convencida durante el transcurso de la primera guerra mundial. Tampoco calculó mucho después, porque militó en el Partido Socialdemócrata justo mientras este naufragaba durante la República de Weimar. Además, no ocultó su pasión por la matemática en una época en la que la fusión de matemáticas y mujer se consideraba poco menos que un imposible por contradicción.
Fue feminista en una cultura en la que Kant había soltado la perla «una mujer que se dedica a discutir la matemática bien podría lucir una barba» o donde el psiquiatra de Leipzig Paul Moebius (según Freud, el padre de la psicoterapia) se quedaba tan tranquilo después de decir: «La mujer matemática lo es contra natura, en cierto sentido es un hermafrodita. Las mujeres instruidas o artistas son el resultado de una degeneración. Solo por el camino de la anormalidad, a causa de su malsana metamorfosis, puede la mujer adquirir otros talentos que los que la capacitan para ejercer de madre o de amante». El profesor Theodor von Bischoff, de la Universidad de Múnich, decía por aquella época: «Las adolescentes que incurren en el pernicioso hábito de estudio se arriesgan a una lesión profunda e irreversible en los ovarios» (!).
Seminarios gratuitos clandestinos
El ministro de Educación de Prusia prohibió expresamente que Emmy enseñara en la universidad alemana y ella vio como discípulos suyos escalaban los cargos académicos. Dio clases sin sueldo y supervisó tesis doctorales hasta que las leyes nazis de 1933 la empujaron a dar seminarios gratuitos clandestinos emboscada en su casa. Su influencia en la ciencia moderna se debe sobre todo a las tres generaciones de numerosísimos discípulos que continuaron con sus investigaciones en teoría de grupos y números hipercomplejos. Einstein la admiró y la quiso mucho. En una carta al legendario matemático David Hilbert, escribió: «Ayer recibí un artículo muy interesante de la señorita Noether. Estoy muy impresionado de que estas cuestiones se puedan comprender desde un punto de vista tan general. No le hubiera hecho ningún mal aprender algo de ella a la vieja guardia de Göttingen…».
Emmy Noether no tuvo un modelo a seguir. Ella fue su propio modelo. Consiguió emigrar por fin a Estados Unidos, pero el espíritu de los tiempos aún no estaba maduro para su ingreso en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton (todavía no admitían mujeres) y acabó enseñando en un centro cultural femenino de Pensilvania. Poco después moría prematuramente un 23 de marzo de hace 123 años por las complicaciones de una intervención quirúrgica.
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