La clave

El amparo de la proximidad

ALBERT SÁEZ

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La introspección forma parte de la condición humana. Antaño el recogimiento llegaba por decreto en fechas señaladas como la Semana Santa. En nuestro tiempo, esa mirada íntima se produce en situaciones más informales y fruto de ofertas a la carta como corresponde a la posmodernidad: algunos la practican mientras hacen 'running', otros en las sesiones de 'coaching' y los más matan la voz interior que les interroga a golpe de partida de 'Candy crash' en la tableta. Los más aplicados acuden a las cada vez más extensas estanterías dedicadas a la autoayuda en las librerías, sean tradicionales o virtuales.

Acaba de aparecer una obra que tan solo leer las primeras páginas auguro que va a revolucionar este tipo de literatura. Se trata de 'La resistencia íntima', escrita por el filósofo Josep Maria Esquirol y publicada por Acantilado. La tesis es la siguiente: cuando nos zambullimos en el inevitable recogimiento acabamos en lo que el autor llama la «intemperie metafísica», la imposibilidad de distinguir racionalmente el ser de la nada. Como decimos coloquialmente, hechos polvo. De esa situación angustiosa, tan bien descrita por el existencialismo en la según mitad del siglo XX tras la debacle de la religión, demasiadas veces huimos a base de una actividad tan frenética como vacua.

El derecho a la felicidad

La propuesta de Esquirol consiste en retomar el sentido en la proximidad, en lo cotidiano como elemento para dar sentido a ese vacío insoportable. Ésta es una de las dimensiones poco reconocida de nuestra crisis actual: eliminamos el recogimiento a base de aumentar la velocidad de nuestras ocupaciones banales y sustituímos el amparo de lo cotidiano por la protección del Estado. De manera que cuando nos envían al paro y nos recortan la prestaciones sentimos aún con mayor intensidad esa intemperie que tan bien describe Esquirol.

No se trata de promover más políticas neoliberales sino de evaluar si cierto desamparo nunca se podrá cubrir desde el Estado del bienestar simplemente porque es metafisico. No olvidemos que tuvimos un Estatut que reconocía «el derecho a la felicidad». Ahí es nada.