Los SÁBADOS, CIENCIA

El descubrimiento del año

La mayoría de expertos cree que algún día se hallará algo que parará (poco o mucho) el envejecimiento

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SALVADOR MACIP

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Siempre que se acaba el año, periódicos y revistas airean listas de éxitos de todo tipo, que a su vez sirven de resumen de los libros, los discos, los conciertos, los personajes o las noticias que más han destacado los últimos 12 meses. También lo hacen las publicaciones científicas. Prácticamente en todos los 'top ten' del 2014 ha figurado, en lo alto y con letras de oro, la hazaña de la sonda 'Rosetta' y su estudio pionero del cometa 67P / Churyumov-Gerasimenko. Han aparecido también, entre otros, descubrimientos de fósiles interesantes que han aclarado momentos clave de la evolución o avances en biología sintética que anuncian posibilidades impactantes para un futuro cercano.

Algunas listas mencionaban un experimento que ha dado unos resultados sorprendentes en el campo del envejecimiento. Lo que han hecho es mezclar la circulación de un ratón joven con la de uno de edad avanzada, una técnica complicada pero que hace más de 150 años que se conoce. Lo que vieron los científicos es que el animal viejo acababa 'rejuveneciendo' cuando la sangre del otro corría por sus venas. Esto se ha ido descubriendo gradualmente desde principios de este siglo, pero la novedad es que este año se ha hallado el factor específico presente en el plasma que se cree que sería el responsable del efecto. Se llama GDF11 y en estos momentos se está llevando a cabo el primer ensayo clínico para determinar si realmente tiene propiedades 'anti-ageing': 18 afectados de la enfermedad de Alzheimer están siendo tratados con inyecciones de plasma de donantes jóvenes y se espera que a final del 2015 sabremos si tienen algún efecto positivo a la hora de frenar el deterioro neuronal.

No es el único tratamiento contra el envejecimiento que podría funcionar. A pesar de que actualmente aún no tenemos ningún producto que sea verdaderamente útil en este sentido, hay un montón de laboratorios en todo el mundo, entre ellos el mío, buscando posibles soluciones. Una podría ser los antinflamatorios, unas pastillas que mucha gente toma regularmente. Concretamente, la semana pasada se publicó en la revista 'PLOS Genetics' que el ibuprofeno alarga entre el 10 y el 17% la vida de gusanos, levaduras y moscas, tres modelos usados frecuentemente en investigación. Las razones de este efecto inesperado aún no están muy claras.

Resultados preliminares positivos

Resultados similares se han visto con la metformina, un fármaco que usamos hoy para controlar la diabetes, o la rapamicina, que tiene el problema de ser un inmunosupresor importante. Además, en mi laboratorio hemos descubierto una sustancia que prolonga la esperanza de vida de las moscas más de un 20%, a la vez que las mantiene más activas, unos resultados que esperamos hacer públicos próximamente. Y hay muchas otras opciones que se están estudiando, con resultados preliminares positivos. El caso es que todavía no sabemos si ninguno de estos tratamientos tendrá algún efecto en humanos. La mayoría de expertos cree que un día u otro encontraremos algo que frenará (poco o mucho) nuestro envejecimiento. Puede ser un momento histórico que abra las compuertas de una revolución médica sin precedentes.

Explicaba todo esto en una charla que hice la semana pasada en un instituto y una de las primeras preguntas que me hicieron los alumnos fue por qué los científicos estamos tan obsesionados con detener el envejecimiento, cuando hay otros problemas más importantes. Le contesté que cuando tuviera 40 años y le empezaran a chirriar algunas articulaciones entendería rápidamente la razón. La búsqueda de la inmortalidad es una obsesión antigua, reflejada ya en una de las primeras obras literarias conocidas, 'La epopeya de Gilgamesh', de cerca de 4.000 años de antigüedad, y ahora que por fin entendemos a nivel celular por qué nos hacemos viejos no nos detendremos.

Asegurar la sostenibilidad

El problema es que la ciencia está avanzando más rápidamente que la sociedad. ¿Estamos preparados para un mundo en el que una parte importante de los humanos (inicialmente la de los países ricos, con toda seguridad) viva más de 100 años? ¿Cómo aseguraremos la sostenibilidad de una población en la que el porcentaje de viejos supere con mucho el de jóvenes? ¿Dónde meteremos tanta gente si los nacimientos continúan al mismo ritmo pero tardamos mucho más en morir?

No son escenarios apocalípticos sacados de libros de ciencia ficción, sino realidades que la investigación biomédica puede hacer posibles a corto o medio plazo. Tanto en conferencias como en uno de mis últimos libros de divulgación ('Jugar a ser dioses', escrito a medias con Chris Willmott) defiendo que tenemos que empezar a debatir estos temas lo antes posible, para que los investigadores, mientras tanto, sigamos haciendo nuestro trabajo. Debemos evitar que llegue un día en que el descubrimiento científico del año sea a la vez el anuncio de una catástrofe social de repercusiones imprevisibles.