Al contrataque

Cacicada

JULIA OTERO

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Pongamos que nuestra casa es una ruina en la que hay goteras, grietas en las paredes, plaga de cucarachas en la cocina y humedades en el techo. ¿A usted se le ocurriría cambiar las cortinas por unas nuevas? Bien, pues el presidente del Gobierno, poseído por un espíritu regeneracionista que dice «debe impregnar» lo que queda de legislatura, ha decidido obviar cucarachas, humedad, grietas y goteras del sistema y nos propone cambiar el modo de elegir alcalde. Rajoy pidió a los suyos que piensen en una reforma que permita dar la alcaldía al que «el pueblo decida» e impedir que una «coalición de perdedores» pacte y se lleve el gobierno municipal.

¿Han escuchado a alguien quejarse en los últimos años de cómo se escoge al alcalde de su pueblo o ciudad? Llevamos, eso sí, años desayunando cada mañana un sapo en forma de corrupción, saqueo de arcas públicas, nepotismo sin ilustrar, amnistías a los defraudadores, cuentas en Suiza, manoseo sobre la independencia judicial… y así hasta el vómito. Y resulta que la regeneración democrática que exigen los ciudadanos va a venir del modo de elegir al alcalde. Casualmente las próximas elecciones son municipales y, visto el resultado del 25-M, son necesarias soluciones imaginativas y, sobre todo, rápidas que pongan vallas a ese rojerío de coletas y Adas cuyos tambores se oyen cada vez más cerca. ¿Por qué le llaman regeneración cuando quieren decir miedo?

Aunque insiste Rajoy en que no tiene una «postura cerrada», con la mayoría absoluta de la que goza, podría aprobar una reforma exprés de la ley electoral para que los alcaldes populares que pierdan su mayoría  en las municipales de mayo puedan seguir calentando el sillón.

La segunda vuelta

Sostendrán los ingenuos que esta idea no es nueva, que está implantada (con diferentes singularidades) en algunos países de Europa y que no es la primera vez que la plantea el PP ni es ajena al PSOE, que también la defendió en el pasado. Ya. ¿Y se les ocurre plantearla indisimulada y precisamente ahora? Dado que el perfume de cacicada era embriagador, algunas voces ya han introducido una corrección: la de la segunda vuelta. Es decir, una segunda votación en la que los ciudadanos elegirían entre primer y segundo clasificado. Los que no hubieran sido votantes de ninguno en la primera ronda, escogerían en la segunda entre susto o muerte. O la abstención.

El problema es que un alcalde no es nada si no tiene suficiente respaldo de concejales propios que le apoyen. Más que un ayuntamiento estaríamos en un sindiós ingobernable. A no ser que se imitara la fórmula italiana de dar un premio extra al ganador: unos concejales de más para garantizar la gobernanza. Por cierto, a esa ley la llaman en Italia la porcata. Pues eso: una cerdada. Ya no nos quedan dedos para chupar.