Autoeditarse o morir

Olga, Carla y Jordi son Tropèl Il·lustració, un colectivo que se dedica a la ilustración, las cosas bellas, las publicaciones de mil detalles y los proyectos que nadie nunca te encargaría

Autoeditarse o morir , entrevista a Tropèl Il·lustració

Autoeditarse o morir , entrevista a Tropèl Il·lustració / periodico

Anna Pacheco y Andrea Gómez

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Consejo (sobre)saliente: hay que juntarse con gente de otras disciplinas, hay que crear redes para poder trabajar juntos con gente variada y que te caiga bien. Uno solo no puede hacerlo todo.Consejo (sobre)saliente:

Tropèl es intentar explicar la libertad, un dibujo en una servilleta, una caja de rotuladores y un piso en Gracia con plantas y ventanas luminosas. Tropèl son tres, es un espacio de 'co-working', no es un estudio, tampoco un trabajo, y menos un 'hobby', es no tener límites, no tener horarios, un espacio de experimentación y creación. Tropèl es Olga, Carla y Jordi. Son un colectivo y se dedican a la ilustración, las cosas bellas, las publicaciones de mil detalles y los proyectos que nadie nunca te encargaría.

Nos ha costado llegar a este punto. De saber qué hacen en ese piso con miles de cosas colgadas en la pared, de plantas en el suelo, un pony colgado en el techo y un animal raro disecado. En su web tienen escrito que son un estudio. Es que la historia es larga dicen. "Más que crecer hemos empezado de cero cada vez". Carla y Olga forman parte del núcleo original, ellas estudiaron en la Escola Massana. De ahí salieron siete jóvenes ilustradores algo perdidos, que por no trabajar cada uno solo en casa decidieron juntarse en un local para coger encargos juntos y ayudarse mútuamente. "Un poco mantener el ambiente de la escuela, el ambiente de trabajo que en casa no tienes". Vamos, el poder bajar a tomar unas birras cuando la inspiración no llega, que en casa se traduce en abrir la nevera.

Ahí ya eran Tropèl il·lustració, aunque no tenga nada que ver con lo que es ahora. Recién licenciados, un profesor de la Massana, Arnal Ballester -no perdáis el contacto con los buenos profesores, por dios- les dice  que abandona su estudio-piso y que porque no entran ellos a trabajar.  Primer piso en gracia, espacioso, luz, mesas y ese aura que todavía  queda de un profesor de manos prodigiosas, que quizás sirva de  inspiración. Ahí que se meten los siete. Pero si con dos ya cuesta  ponerse de acuerdo, las reuniones múltiples de siete cabezas creativas  apuntan a caos. Pero aún así de ahí ya salió un primer proyecto: la publicación 'El Buit'. "Fue una decisión de Carla", nos cuenta Olga, "dijimos  quién quiera que se apunte, pero es difícil ponerse de acuerdo, ha sido  una reducción de equipo natural, menos disponibilidad de la gente,  empiezan a tener compromisos, hay menos implicación…" Vamos, lo de todo equipo que se precie, pero llevado a las artes plásticas.

Por aquel entonces tenían algunas mesas libres en el estudio. Así que las alquilaban, el llamado 'co-working'. Llega Jordi, diseñador gráfico y amigo de Carla. Está ahí, pero sin molestar, va trabajando de lo suyo. Pero ve que están preparando una publicación de estética muy cuidada y con historias ilustradas y se empieza a interesar. Y mientras había cada vez más gente que no podía asistir a las reuniones y se involucraba menos, Jordi al contrario. Ahí estaba, echando una mano con el diseño gráfico y arrimando el hombro.

Porque aquí hay mucho hombro que arrimar, ya que todo se lo hacen ellos. Es un "yo me lo guiso, yo me lo como" en versión editorial. Cuando tienen una idea para una publicación le dan vueltas. Y más vueltas aún. Y piensan los materiales, e investigan, y experimentan, y ahora una cartulina por aquí, y ahora a ver que pasa si probamos de mezclar esta nueva técnica. Y así van pasado las noches, experimentando, dibujando y bebiendo coca-cola y comiendo pizzas Ristorante -siempre ristorante, y de espinacas a poder ser. Suelen trabajar de tarde-noche. Y es que de día son otra cosa, no son Tropèl. Son Carla, Olga y Jordi, tres 'freelances' que hacen cada uno su trabajo, reciben cada uno sus encargos, cobran cada uno su sueldo, y tienen cada uno su mesa de trabajo con sus lápices de colores. Por la mañana son ellos en su versión rígida, por la tarde vuelven a ser niños jugando con colores.

Y es que Tropèl no es su trabajo, no da dinero, no sirve para mantenerse, ni pagar el alquiler del piso. Es su hora del patio, su momento de experimentar, el espacio para poder crear todo aquello sin límites. Aunque a decir verdad tampoco hay pérdidas. La primera publicación 'El Buit' salió de un micromecenazgo, dinero limpio, nadie tuvo que poner dinero. A partir de las ventas de este primer proyecto se han ido alimentando los otros. Cada proyecto financia el siguiente, y la recaudación de uno marca la ambición del otro.

Ambición, no sería la palabra, locura sí. Todo es autoedición, ellos dibujan, hacen las tapas, cosen, imprimen, empaquetan, distribuyen. Una navidad decidieron que querían regalar algo. Y pensaron en cajetones de cerilla. Pero nada de ir a comprar la caja ya hecha. No. Se trata siempre de crear. Hicieron 300 cajas a mano (muy a mano todo), todas estampadas una a una. ¿Y para qué? Pues para regalar a amigos, vecinos y familiares. Pusieron un aviso en las redes sociales que quien fuera a verles y picara el timbre se llevaba el pack navideño de tres cajas estampadas a casa. "Esta vez cuando vimos la cantidad de cajetillas hechas vimos que quizás nos habíamos pasado, habíamos pasado la raya altruista, pero nos metimos en ello sin saber donde acabaríamos". ¿Y si hubieráis querido vender esto en tienda? "No sé – se miran entre ellos con cara de guasa- contando materiales supongo que unos 40€ -se ríen- y eso sin contar nuestro tiempo". Reímos nosotras, pero de ternura.

Su última odisea ha sido ir en bicicleta con un carro de madera hecho a mano recorriendo la costa brava y repartiendo la publicación 'Havaneres'. Suena raro, rebobinemos. La idea sale de la rabia que el primer libro 'El Buit' solo se vendiera entre ilustradores y gente del mundillo. Objetivo: que lo pueda comprar cualquier persona ajena al mundo del diseño. Se fueron al otro extremo, nada de conceptos raros para ilustrar, nada del vacío, el amor o los colores. Algo cercano: las havaneres. "No somos para nada público de Havaneres, bueno ahora ya sí, pero son letras que tienen mucha chicha, mucha gracia".

Y eso hicieron. Fueron desgranando una a una, traduciéndolas al inglés, sacándolas de contexto y dibujándolas. A Jordi se le ocurrió que los pósters de este proyecto podía jugar con una imagen estilo mármol, como con aguas. Pero en vez de bajar a la papelería a ver opciones decidieron que la querían a medida, que investigarían ellos. Se encerraron los tres y hasta que no encontraron las aguas tan como las querían no salieron a respirar. Y luego venía el tema de la distribución, tenían claro que amante de havaneres no se acercaría nunca a La Central o Laie – sus librerías fetiche- a comprar el cancionero. Solución: construir un carro de madera, restaurar una bici vieja, añadirle una sombrilla y hacia La Costa Brava que falta gente. Y así, durante el verano pasado se recorrieron todo el camí de ronda, paseos marítimos y cantadas vendiendo su librito vestidos de marineros. "La respuesta de la gente fue increíble, nos preguntaban por el proyecto, se interesaban, tienes el contacto directo y puedes explicarles todo el proceso". Hay quién consideró que lo de ir vestido de marinero, ser simpático y venir pedaleando merecía algo más que 5€. Y pasaron uno de los veranos más divertidos, y agotaron los 300 ejemplares.

Ahora están en un nuevo proyecto 'Purgatory' y la idea de un confensionario virtual llamado 'Draw your sin', todavía no está claro, pero quizás acabe en libro y fiesta a lo grande. De momento ellos van repartiendo unas fichas donde la gente tiene que dibujar su peor pecado/secreto, y luego ellos muy amigablemente lo suben a esta web. Pero también están en proceso de reorganización. Hasta hace poco a pesar de ser tres y muy bien avenidos tenían un caso muy grande. "Antes era anarquía, de repente alguien decía ¿alguien ha contestado el mail de ese chico de hace 7 meses”, teníamos ejemplares por el estudio, no sabíamos que teníamos en las librerías ni si nos debían dinero…" Hasta que la hermana de Olga -más pequeña, siempre tan espabilados los pequeños- se puso firme y les hizo un excel. Hay que decir que cuando lo cuenta Olga el resto gritan ¡pero si nos dijiste que lo habías hecho tú! Un abrazo desde aquí a la hermana que trabajó en la sombra.

Así que estos ilustradores y diseñadores por la tarde también son tesorero, coge teléfonos y community manager. Y mientras tanto van haciendo sus cosas, Jordi va haciendo identidades y diseños gráficos por encargo, Carla está metida en la ilustración de cuentos infantiles y carteles para festivales y Olga tiene sus proyectos como el diseño del grupo de música La Iaia que empezó com un favor a Ernest para hacerle un dibujito para myspace y ha acabado con el diseño de todos los discos, portadas y 'merchandising' creciendo con ellos.

Han pasado de colaborar a recibir encargos. Y aunque dicen que los ilustradores de otras generaciones se indignan porque ellos cobraban el triple hace 10 años, no lo ven mal. “Es un trabajo muy inestable, la estabilidad de otros trabajaos no la tendremos en la vida, un mes tienes la sensación que eres el rey del mambo y otro te estás arrastrando por Gracia”. Esa es Olga que se marea si va más allá de Joanic, dicen los otros entre risas. Pero confiesan que cada vez que pasa es mejor al anterior, y eso es importante. Un amigo dijo de ellos una vez que son “los heroes de la autoedición”. Lo confirmamos. Merecen toda admiración. Dedican su tiempo libre a trabajar, y eso solo lo hacen los locos y los genios.

Olga Capdevila, 27 años, ciclo de ilustración en la Escola Massana y Grado en Art i Disseny; Carla Besora, 25 años, ciclo de ilustración en la Escola Massana; y Jordi Oms, 27 años, diseño gráfico en la Escola d'Art Superior Serra i Abella.

Este post se ha publicado originalmente en: Jóvenes (sobre)salientes