Manifiesto por la educación emocional

TOMÁS NAVARRO

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La primera causa de mortalidad entre los jóvenes de Catalunya es el suicidio. Nos tendría que invadir una profunda sensación de vergüenza y culpa. Nadie tendría que morirse en su juventud, en una etapa tan intensa y preciosa en nuestras vidas; pero lo que es inaceptable es que el mayor número de muertes sea de jóvenes que desean quitarse la vida.

Propongo que se trabajen en profundidad, de manera transversal y por expertos docentes la educación emocional en los colegios e institutos. Si me lo permiten me voy a tomar la libertad de proponer un temario basado en la enseñanza, desarrollo y aplicación de las competencias emocionales como unidades didácticas.

Ayudemos a la juventud

Enseñemos a los jóvenes a dominar las competencias emocionales. Ayudémosles a que se den cuenta de su estado emocional y a ponerle nombre. Si son capaces de reconocer que están tristes serán capaces de buscar ayuda, si son capaces de ver que están enfadados, podrán hacer alguna cosa para gestionarlo. Pero con esto no es suficiente, tenemos que enseñarles a comprender las emociones de los demás, a sentir empatía y compasión, a que se les remuevan las entrañas al ver casos de bullying o de violencia entre sus compañeros y a que sean capaces de sentir compasión ante un compañero que lo está pasando mal.

Enseñemos a los jóvenes a expresar sus emociones de una manera apropiada, a regular su estado emocional, a gestionar sus emociones y sus reacciones; y a que sean capaces de autogenerarse emociones positivas que les ayuden a cambiar su estado anímico. Ya basta de decirles que tienen que tener una actitud positiva, enseñémosles cómo, enseñémosles que su estado emocional afecta a l que perciben, cómo lo entienden y cómo reaccionan y que si son capaces de gestionar sus emociones su actitud será maravillosamente positiva.

Trabajemos su autoestima para que no sea ni baja ni alta, para que no se dejen machacar y para que no sobrevaloren sus propias capacidades. Enseñémosles a que sean capaces de automotivarse, sin esperar a que lo haga el entorno. Debemos enseñarles lo que es la responsabilidad en el sentido más profundo de la palabra, responsabilidad para con ellos mismos, con sus actos, con la gestión del riesgo, con sus semejantes, con las personas que les rodean.

Proporcionémosles habilidades de afrontamiento y una exquisita capacidad de análisis, que aprendan a relacionarse en igualdad y respeto con otras personas, que aprendan a escuchar y a comunicarse de manera asertiva. Que sean capaces de gestionar situaciones con una elevada carga emocional. ¿Cuántas veces se van a encontrar cara a cara con el estrés en su vida?

Trabajemos para que sean capaces de fijarse objetivos adaptativos, de trazar un plan para conseguirlos, de perseverar y de tomar las decisiones adecuadas. ¿Quién enseña a los jóvenes a tomar decisiones? ¿A analizar el contexto, a valorar las diferentes alternativas y a prever las consecuencias de sus decisiones a corto, medio y largo plazo?

Gestionar las emociones

De que nos sirve un experto en ciencias si queda anulado por sus dificultades para gestionar sus propias emociones. De que nos sirve un futuro gran ingeniero si tiene problemas para relacionarse con otras personas, de que nos sirve un gran investigador que no es capaz de planificarse adecuadamente y de perseverar en sus objetivos, de que nos sirve un futuro gran político si es incapaz de sentir empatía y compasión…

No sé que más tiene que pasar para que la educación emocional tenga el protagonismo que se merece en las aulas. Es un tema urgente, créanme. No podemos confiar la educación emocional en los padres ya que algunos carecen de las competencias emocionales que deben enseñar, otros no saben ni por dónde empezar a enseñarlas, muchos no tienen las capacidades didácticas necesarias, los hay que no le ven la necesidad, hay quienes están demasiados ocupados e incluso hay padres a los que no les importa lo que sientan, piensen o les ocurra a sus hijos.