La evolución económica

La recuperación ha llegado

La cifras del paro y de las condiciones de trabajo no concuerdan con el optimismo de los gobernantes

JOSEP FONTANA

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La primavera y la recuperación han llegado al mismo tiempo. Verdean los campos y nuestros ministros de Economía y de Hacienda aparecen en la televisión para contarnos las maravillas de estos nuevos tiempos de prosperidad recobrada: el beneficio empresarial asciende (y con él, y por encima de él, las remuneraciones de los ejecutivos), la bolsa está en niveles máximos de cotización (aunque no se pueda evitar que de tanto en tanto protagonice algún sobresalto) y la prima de riesgo anda por los suelos.

Paul Krugman se asombra, sin embargo, ante el espectáculo de los políticos europeos exultantes de felicidad ante éxitos espectaculares como el de España, y nos recuerda que datos como un 55% de paro juvenil encajan mal con nuestra percepción de lo que puede llamarse prosperidad. Lo peor, añade, es que la gente parece aceptar que esta miserable situación es la nueva normalidad.

Hay componentes fundamentales de la situación que no se ve que hayan mejorado y que no es previsible que vayan a hacerlo a corto ni a medio plazo. Ante todo el desempleo. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que hay en la actualidad 202 millones de parados en el mundo, con un aumento de cinco millones respecto de los del año anterior, y calcula que, si prosiguen las condiciones actuales, el paro seguirá creciendo hasta llegar a más de 215 millones en el 2018. Una situación que afecta con especial gravedad a los jóvenes de entre 15 y 24 años, cuya tasa de paro es mucho mayor que la de los adultos. A estas cifras hay que sumar los 23 millones que han abandonado el mercado de trabajo como consecuencia del desánimo y del aumento del paro de larga duración; unos trabajadores perdidos que, con su desaparición de las listas oficiales, alimentan la ilusión de que el paro disminuye.

Sin olvidar lo que está más allá de las estrictas cifras de ocupación, como es la disminución de los salarios y el empeoramiento sistemático de las condiciones de trabajo, que explican que la OIT calcule que un 48% de los ocupados lo están en lugares de trabajo vulnerables, esto es, con riesgo de no tener ni un ingreso seguro ni acceso a recursos de seguridad social. Un estudio realizado por el departamento de Sociología de la Universidad de Cambridge, basado en una investigación en dos cadenas de supermercados, una de Gran Bretaña y otra de Estados Unidos, revela que las prácticas de empleo flexible que se están difundiendo en estas empresas, incluyendo los contratos de cero horas, «causan ansiedad, estrés y depresión en los trabajadores como consecuencia de la inseguridad económica y social» a que se ven condenados.

Conviene recordar, además, que todo esto se refiere a un colectivo global al que se le calculan tasas de paro del 6%, y del 13% para los jóvenes. De modo que habrá que adaptarlo para interpretar una situación como la de España, en la que las tasas de paro son del 26% y del 55%, respectivamente. Cuál sea la situación social que corresponde a estos índices nos lo muestra un informe reciente de la Fundación Foessa que nos dice que un 60,7% de los parados españoles hace más de un año que buscan trabajo, que un 10% de los hogares tienen a todos sus activos en el paro y que la tasa de pobreza se sitúa entre el 21,6% y el 28%, según los indicadores empleados para calcularla.

Una situación en la que no cabe esperar mucho auxilio en materia de servicios sociales de un Gobierno que está llevando al Estado a máximos históricos de endeudamiento público, con unos costes de atención de la deuda que se agravan con la lowflation (la baja inflación, un neologismo para evitar el uso de una palabra maldita como deflación). El señor De Guindos parece ser el único a quien eso de la lowflation no le preocupa; pero conviene recordar, para valorar adecuadamente sus opiniones, que fue miembro del consejo asesor de Lehman Brothers, la primera empresa financiera que se hundió en la crisis del 2008.

Con un déficit que ha llegado al 6,6% del PIB y que el Gobierno se ha comprometido a reducir hasta el 2,8% en el 2016, la perspectiva inmediata es que habrá que recortar el gasto en 40.000 millones más y contraer nuevas deudas. Sin olvidar el compromiso de seguir empleando los recursos públicos en el rescate de empresas en situación de riesgo, una tarea a la que se suma ahora la ruina de las autopistas radiales de Madrid.

Este es el mundo real y no el cuento de hadas que nuestros políticos nos cuentan habitualmente, y que van a repetir en las próximas semanas hasta la saciedad para animarnos a votarles en las próximas elecciones europeas con el fin de asegurarse de que todo va a seguir igual.