El adoctrinamiento en la escuela

La historia, según Wert y compañía

Los nuevos programas de enseñanza del PP priman la memorización para inculcar una idea del pasado

JOSEP FONTANA

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El Partido Popular parece dispuesto a adoctrinar a las nuevas generaciones de españoles reduciendo su educación a la memorización de contenidos cuidadosamente seleccionados, que no dejen espacio al pernicioso ejercicio de pensar. En el terreno de la historia, por ejemplo, se comienza fijando las verdades indiscutibles en unos programas inspirados por los elementos más retrógrados del academicismo oficial, donde se establece lo que los profesores deberán enseñar, sin aceptar alternativas ni debates. Todo está ordenado linealmente para inculcar la idea de que la historia de España sigue un curso inevitable hasta la gloria de un presente de reacción, pobreza y paro, que Ana Botella se encargó en su día de definir como el momento más alto del progreso humano.

Nada más disparatado que ese programa de Historia de España de segundo de bachillerato donde se comienza diciendo que es «esencial el análisis y comentario de textos históricos e historiográficos, mapas, gráficos, tablas estadísticas e imágenes». Lo cual resulta imposible ante la necesidad de completar un total de 51 temas de una amplitud y densidad tal que dudo de que puedan desarrollarse en el tiempo disponible para la historia en un curso de bachillerato.

El tema dedicado al «auge del Imperio en el siglo XVI», por ejemplo, cuyo enunciado me abstengo de copiar porque llenaría buena parte del espacio de que dispongo, exige ocuparse de los problemas internos y externos durante los reinados de Carlos I y Felipe II, de los conflictos religiosos, de la conquista y colonización de América, de la política económica aplicada en ella, de la revolución de los precios o del coste del Imperio, con el fin de que el alumno alcance «estándares de aprendizaje» que le permitan enfrentarse a cuestiones como: «Analiza la política respecto a América en el siglo XVI y sus consecuencias para España, Europa y la población americana».

Lo cual me parecería bien si el profesor pudiese trabajarlo un par de meses con los alumnos, razonando sobre temas como la minería indiana, la revolución de los precios o la catástrofe demográfica indígena, aparte de ocuparse de guerra, política y religión en Europa. Pero es imposible desarrollar los contenidos hasta un punto que permita responder a estos planteamientos en un curso en el que se deberán estudiar otros 50 temas y alcanzar «estándares de aprendizaje» para enfrentarse a cuestiones como «Comenta el ámbito territorial y características de cada sistema de repoblación, así como sus causas y consecuencias» o «Especifica los diferentes grupos de oposición política al régimen franquista y comenta su evolución en el tiempo».

Es evidente que un programa de semejante amplitud solo puede conducir a la memorización de unas verdades establecidas, con las que hacer frente a las exigencias de un examen. Nada que se parezca a aprender a «pensar históricamente», como proponía mi maestro Pierre Vilar, o que responda a la preocupación que me expresaba mi viejo amigo y maestro don Ramón Carande cuando me decía en una carta que lo que necesitaban los españoles ante todo era aprender a discurrir.

Si alguien piensa que hago una interpretación sesgada de los propósitos de este programa, no tiene más que acudir a la noticia publicada el 18 de febrero que informa de que la Comunidad de Madrid impondrá un programa de enseñanza primaria en el que todos los alumnos madrileños deberán conocer 15 fechas obligadas, desde la llegada de los romanos a la Península hasta la entrada en el euro, pasando por las dos guerras mundiales y la guerra civil española (que ya son cinco, o tal vez ocho, la mitad del programa, si de las guerras se aprende la fecha el inicio y la del fin). Esta nueva historia, «limpia de localismos», va encaminada a inculcar al alumno que «somos una gran nación, llevamos más de 500 años como esa gran nación, llena de riqueza y diversidad», según afirma el presidente de la comunidad, que añade: «Hemos sido un Gran Imperio, todo eso hay que conocerlo».

Mal le hubiera sentado este programa a Santiago Ramón y Cajal, que escribía: «Se necesita volver a escribir la historia de España para limpiarla de todas esas exageraciones con que se agiganta a los ojos del niño el valor y la virtud de su raza. Mala manera de preparar a la juventud al engrandecimiento de su patria es pintarle esta como una nación de héroes, de sabios y de artistas insuperables».

Claro está que esto se decía en los tiempos en que en la Institución Libre de Enseñanza le enseñaban a Carande la importancia de discurrir. Algo poco conveniente en la enseñanza actual si se quiere evitar que cuando el alumno deje la escuela se ponga a analizar el mundo que le ha preparado el Partido Popular y acabe decidiendo pedirle cuentas.