Las políticas del siglo XXI

El sexo de los ángeles

Mientras las economías líderes buscan talento, en España se discute la enésima ley de educación

ANTONI SERRA RAMONEDA

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Hace algún tiempo el Gobierno alemán lanzó el programa Make it in Germany para atraer a profesionales cualificados extranjeros que asegurasen su potente economía, y particularmente a su industria, el mantenimiento de su capacidad competitiva. Las grandes empresas teutonas se han dedicado a enviar a los países en crisis, entre ellos España, delegaciones para reclutar a jóvenes ingenieros para consolidar sus futuros cuadros directivos. Son numerosos los que han atendido estos cantos de sirena y el denominado brain drain (fuga de cerebros) ya es motivo de preocupación entre quienes, sin excesiva miopía, ven más allá de los problemas que hoy nos acucian.

PERO ALEMANIA ha dado un nuevo paso al lanzar el programa MobiPro-EU, que invita a todos los europeos de 18 a 35 años con formación escolar o profesional terminada a optar a una de las 30.000 plazas de «aprendices libres» dentro de su muy reputada formación profesional dual. Para ello destinará, hasta el 2016, 140 millones de euros con los que sufragará los viajes y el aprendizaje del alemán a los extranjeros que a la convocatoria se presenten. Se trata de matar dos pájaros de un solo tiro: ayudar a reducir la lacra del paro juvenil que azota a muchas zonas de la UE y, a la vez, asegurarse una mano de obra cualificada que evite cualquier estrangulamiento en su esperado crecimiento económico. Las ministras de Trabajo alemana y española firmaron un acuerdo, sobre cuyo alcance hay algunas dudas, que pretende alentar a que unos 5.000 conciudadanos participen en el aludido segundo programa. Es una iniciativa loable a la vista de las magras perspectivas de encontrar empleo que muchos de ellos tendrían de no atravesar la frontera. Si algún día volvieran a su lugar de nacimiento lo harían con muy buena capacitación productiva y un idioma adicional en su bagaje. Es la consecuencia del erróneo camino elegido, desde hace decenios, en la especialización de la economía hispana.

Mientras tanto, el Senado de EEUU se apresta a debatir una nueva regulación de la inmigración que se espera con anhelo entre los millones de simpapeles que pululan a la espera de que les permitan regularizar su situación. También su redacción ha sido seguida con sumo interés por los responsables de las empresas que constituyen la vanguardia mundial de la economía del conocimiento, paradigma del siglo XXI, la mayoría localizadas en la mítica Silicon Valley. Zuckerberg, el creador de Facebook, encabeza un muy relevante grupo en el que figuran quienes llevan las riendas de Linkedin, Google o Yahoo por citar los nombres más populares, para presionar a los legisladores para que tengan en cuenta los peligros que sobre EEUU se cernirían si no pudiera reclutar y retener al mejor capital humano que en el mundo exista cualquiera que sea su lugar de nacimiento, raza, religión o lengua. Para ello creen preciso que a los inmigrantes con talento se les facilite y acelere el proceso para la obtención de la ciudadanía americana o bien la famosa «tarjeta verde» que abre la puerta a la residencia indefinida en su territorio, sin que se introduzcan trabas burocráticas de difícil y complejo cumplimiento como pretenden algunas organizaciones de aquella nación representantes de intereses corporativos. Les preocupa que otros países, como Canadá, Nueva Zelanda o Australia hayan visto cómo sus generosas políticas a la acogida de talento foráneo comenzaban a producir frutos.

POR ESTAS latitudes andamos enfrascados en una enconada discusión sobre los principios de la enésima regulación del sistema educativo. Los dos que más enfrentamientos provocan y a los que más horas de debate dedican nuestros representantes políticos versan sobre el estatus académico de la enseñanza de la religión católica y el peso de la lengua propia en las comunidades autónomas que la poseen.

Como puede verse, no son exactamente las mismas preocupaciones que quitan el sueño a las puntas de lanza del progreso tecnológico mundial o a quienes atienden al futuro de su industria en los países donde este sector goza de mejor salud.

Es descorazonador que en un momento donde tanto se precisaría convencer a la población de que no nos vamos a descolgar del pelotón de países que lidera el progreso técnico y económico mundial al que parecía que ya nos habíamos incorporado, se haya abierto inútilmente la caja de los truenos. Sea cual sea el resultado de las polémicas abiertas, solo habrán contribuido a un mayor descrédito de la ya muy dañada clase política y a una pérdida de la imagen exterior de España. Si la señora Merkel fuera consciente del desaguisado que se ha empezado a cometer debería utilizar su poder para imponer recortes en este caso no a los sueldos sino al proyecto de ley de educación que debería limitarse a resolver cuestiones pedagógicas y no revolver las aguas propias de las ideológicas.