MIRADOR

En Italia están peor

ROSA PAZ

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No cabe duda de que están peor en Italia. Allí, los partidos ni siquiera son capaces de conformar una mayoría para gobernar y han estado a punto de no elegir ni al presidente de la República. Pero aquí, sin unBeppe Grilloque les arrebate el voto de los indignados, los grandes partidos están también patas arriba, incluso el PP con su apabullante mayoría absoluta. Se les ve enredados en su propio laberinto, sin encontrarse a sí mismos y sin encontrar la solución a los problemas de los ciudadanos. Como ellos tienden a buscar respuestas sencillas a los problemas complejos, ahora se empeñan mayoritariamente en atribuir el caos de sus formaciones a que esta crisis no da tregua, a que es difícil gobernar en los tiempos del empobrecimiento y la cólera ciudadana. Así que para la mayoría de ellos, en eso sí coinciden, la causa de sus males está en la maldita crisis. Los del PP y CiU porque están gobernando. Los del PSOE, porque han gobernado. Vamos, que argumentan casi como esos astrólogos que culpan de la crisis del euro, de las revueltas sociales y de los terremotos a una mala cuadratura de Urano y Plutón que, al parecer, nos acompañará hasta el inicio del 2016.

Son muchas las causas de la desafección y el descrédito. La ausencia de soluciones para la crisis, las medidas antisociales, sin duda, pero la falta de transparencia o el cobijo a los corruptos también alejan a la ciudadanía de sus representantes. El PP, por ejemplo, merma sus expectativas electorales porque el paro sube, los salarios disminuyen, las prestaciones sociales se reducen, pero también por el escándalo que supone descubrir que su gerente durante 20 años ha llegado a tener 38 millones en Suiza, que algunos dirigentes cobraban pluses que doblaban o triplicaban su sueldo de diputados y que, cuando ya no pueden negar lo que pasaba, ni siquiera lo explican, responden con el silencio. Y surgen, de paso, enfrentamientos entre Moncloa y Génova, que rompen los nervios de sus barones y dejan desnortados a sus militantes.

La comezón interna del PP agrava la crisis institucional. Como lo hace la depresión profunda de los socialistas, que salieron abrasados del Gobierno, abandonados por cuatro millones y medio de votantes que aún no les perdonan que se alinearan con los bancos y no con los ciudadanos en asuntos tan sensibles como los desahucios o las preferentes. Ahora, intentan rectificar, pero nada hace pensar que su travesía del desierto vaya a ser corta y, menos, si mientras buscan un proyecto solvente se desangran en un desbarajuste de peleas internas motivadas por la impaciencia en destronar a su debilitado líder. La democracia necesita partidos fuertes, pero limpios, abiertos y pegados a los ciudadanos. Y sino, que se lo pregunten a los italianos.