La rueda

Volver allí de donde nunca te fuiste

LLUCIA RAMIS

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Vivo en la misma calle que un crítico de la tele y, desde la galería, veo una chica frente al ordenador hasta muy tarde, un independentista que fuma bajo la estelada, un perro al que abandonan en la azotea cada día. A veces ladra. Cuando tiendo la ropa, veo el estudio de Isabel Coixet.

Mis vecinos del quinto son dos señores mayores cuyas iniciales responden a J.O. y J.O. Se conocieron en la mili, llevan 60 años compartiendo piso, tienen 85 y si preguntas qué tal, contestan: «Anar fent». J.O. baja la escalera como si la subiera, de espaldas, agarrado a la barandilla. «Éramos tan guapos», comenta. El otro J.O. sube también despacio mientras fuma un Ducados que acabará tirando al suelo. Y se queja: «J.O. es muy aburrido. Antes cocinaba y ahora hasta eso le da pereza». Cada uno come en un restaurante distinto, trucos para soportar la convivencia. Pienso que ambos pueden decir: «Ell també és jo».

En el piso de abajo, un señor mete la ropa interior que se ha caído del tendedero en una bolsa transparente y la cuelga en un corcho con una nota: «Estas delicadas prendas han aparecido en mi patio, tómelas quien corresponda». Y quien corresponde se lleva esas delicadas prendas un poco sonrojada. Pienso que ese señor tendrá un montón de bolsas transparentes. Los domingos friega la escalera. Recoge los Ducados que tiró al suelo J.O.

En Diario de invierno, Paul Auster cuenta las casas en las que vivió. Esta es mi número 11. En los balcones de Gràcia hay estelades, y en los de la Rambla de Catalunya, carteles de «en venta» escritos en ruso. Pienso en la PAH y en la provisionalidad permanente de quienes no tenemos hipoteca ni contratos. Hace 13 años, vivía a cien metros de aquí, en la calle de al lado. Es como si hubiera vuelto a algún sitio aun sin haberme ido a ninguna parte.