MIRADOR

El asedio del 2013

XAVIER BRU DE SALA

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Corre el tiempo, y los hechos recuerdan los de tres siglos atrás. La historia no se repite ni cuando lo parece, pero presenta constantes y variantes. Eso explica que la memoria sea tan útil.

En aquel cada vez más cercano 1714, el mariscal Villarroel, jefe de la defensa de Barcelona, pretendía negociar la capitulación, pero los barceloneses prefirieron defender la ciudad hasta el final. La ciudad podía ser tomada, pero no entregada. Villarroel presentó la dimisión, pero a la hora de la verdad, ante el asalto del 11 de septiembre, formó sus tropas y se enfrentó al enemigo borbónico hasta caer herido.

El asedio actual no es militar, sino sobre todo económico. Se trata de ahogar las finanzas de la Generalitat hasta obligarla a pedir auxilio para sobrevivir. Entonces, la mano que aprieta el cuello y provoca la asfixia afloja un poco. ¿Qué pide a cambio? Una rebaja de las pretensiones soberanistas. ¿Y qué obtendrá? Ya hablaremos.

Otra pregunta. ¿Tenía el Gobierno del PP voluntad real de aflojar o ha aprovechado en su favor la doble circunstancia del relajamiento de las exigencias del déficit y la situación de la Comunidad Valenciana, aún más desesperada que Catalunya y gobernada por el mismo PP? Parece que si por el lado europeo mejoran las condiciones y resulta imprescindible auxiliar a su Valencia, no podían dejar de hacer un gesto de alivio al asedio catalán. Por eso no han forzado a Artur Mas a elegir entre capitulación y revuelta, sino que, por ahora, les basta con una vaporosa disposición al diálogo. No una renuncia al derecho a decidir, sino que este repose en el territorio de las ambigüedades. No un costosísimo cambio de socio, sino un principio de distanciamiento respecto a Oriol Junqueras.

Total, una temporada de buenas caras. Pero las cuestiones de fondo, la voluntad de los catalanes de disponer de los propios recursos y de ser consultados sobre su futuro sigue sobre la mesa y provocan el mismo grado de enfrentamiento. La negativa rotunda de Madrid a ambas exigencias se mantiene impertérrita. Como igual de firme se mantiene la demanda catalana.

Este tipo de tregua debería ser bienvenida por todos y aprovechada para mejorar en otros territorios de confrontación. Diálogo, caras mejores, acuerdos allí donde se pueda. Ahora bien, de ahí a pensar que el conflicto catalán ha entrado en vías de solución hay un abismo. Las condiciones pueden mejorar, y hay que poner todo lo que convenga para que mejoren hasta donde sea posible y un poco más. Pero eso no equivale a hacerse ilusiones. El sitio no se levanta. El asedio va para largo. Catalunya no claudica. Este tipo de deshielo no es el anuncio de una primavera que preludie un verano. Para ello deberían variar las actitudes de fondo. Ya nos gustaría a muchos, pero este cambio no se ve por ninguna parte ni se prevé el menor síntoma.