Peccata minuta

'Aidez l'Espagne'

JOAN OLLÉ

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Mi amigo Jorge Calvo, excelente actor vallisoletano residente en Madrid, me contaba el otro día que, bastante más joven y después de ver la Antaviana de Dagoll-Dagom, no tuvo otra prioridad que recorrer todas las escuelas de idiomas pucelanas para aprender catalán y trabajar en Barcelona en el teatro que le era propio. La cosa no fue a más, pero ahí están él y su altísimo compromiso para con un teatro decente y digno.

Todo esto debía de suceder mientras Ana Belén cantaba aquello de «España, camisa blanca de mi esperanza», una camisa que no era de fuerza porque aún había locos, aquellos quijotes que tanto echó en falta León Felipe en sus últimos versos; una camisa no azul falange ni cuello Mario Conde ni asistida por tristes corbatas rosas. Todo esto debía de suceder en aquel tiempo en que manchegos y extremeños coreaban las canciones de Raimon, Serrat y Llach, y los de Ripoll

y Vic maquillaban su acento para cantar los Andaluces de Jaén de Miguel Hernández y Paco Ibáñez, cuando las zetas y las ces trencades convivían en plena armonía en el alfabeto de la libertad como la zeta y el apóstrofe convivirán por siempre en el cuadro Aidez l'Espagne de Joan Miró. Habíamos luchado juntos por un sueño y no queríamos despertar. Era preciso formar parte de aquella España que se había vencido a sí misma.

Luego, como acostumbra a suceder con el amor y las parejas, la lija de la costumbre va despuntando el deseo hasta quedarse sin relieves. Y cuando, finalmente, la falta de respeto irrumpe en la convivencia, hay que ir pensando seriamente en el divorcio. Y ahí estamos.

Las faldas de la madrastra

Pero en estos 20 días que llevo ejerciendo de madrileño adoptivo me doy cuenta minuto a minuto de que no solo somos los catalanes y los vascos quienes queremos huir de las faldas de la madrastra España, sino que también muchas y muchos madrileños, avergonzados del proceder oscurantista de su alcaldesa o de su presidente autonómico, desearían seriamente independizarse de su ciudad y país. Y es que resultaría cateto seguir creyendo en pleno siglo XXI que los grupos de afinidad humana se organizan por fronteras y líneas en los mapas.

No, no quiero ser súbdito de Juan Carlos, ni de Rajoy, ni de Bárcenas, porque no concedo a su poder ninguna autoridad ni deseo que ninguno de ellos sea ejemplo para nuestros hijos. Pero, al mismo tiempo, me produce una tremenda alergia moral alinearme con aquellos libertadores de mi pueblo que ven perfectamente compatible gritar en voz muy alta por un derecho colectivo y, bajo mano, esclavizar y despreciar a sus conciudadanos con faltas y delitos. Querido Jorge: ¿aprenderías catalán para ser uno más de nosotros, los catalanes de ahora?